Un centenar de obras maestras permiten al Museo d'Orsay revelar, desde hoy, y hasta el 20 de enero, uno de los misterios mejor guardados del arte moderno: las relaciones incluso «eróticas» entre el gran arte pictórico de los impresionistas y el gran arte de la moda que comenzaba a convertirse en comercio definitivamente industrial.
El Museo d'Orsay, el Metropolitan neoyorquino y el Art Institute de Chicago han escogido entre sus grandes colecciones una parte importante de las obras maestras de Edouard Manet, Claude Monet, Pierre-Auguste Renoir, Edgar Degas, Gustave Caillebotte y Frédéric Bazille, entre otros, relacionadas con la moda y la alta costura de mediados del siglo XIX, en un París que Walter Benjamin consideraba la capital de las grandes metamorfosis del capitalismo de la época.
Metamorfosis mal estudiada: la transformación de la alta costura y la moda en un arte y un comercio con ambiciones planetarias. La moda de París, por entonces, era el modelo practicamente canónico y universal de ese gran arte de imaginar, soñar y realizar trajes de alta costura.
Pintores de la vida moderna
Y los impresionistas, «pintores de la vida moderna», se sirvieron de sus amigas, esposas y amantes para inmortalizar vestidos y trajes que los más grandes creadores (Mariano Fortuny) transformarían en creaciones sublimes, directamente inspiradas en el gran arte renacentista.
Gloria Groom, conservadora del Art Institute de Chicago y comisaria de esta gran exposición, comenta: «Los impresionistas, apasionados de la modernidad, se interesaron mucho por la moda. Y sus grandes obras son, al mismo tiempo, testimonio, espejos e “ilustraciones” de las metamorfosis del arte de vivir y vestir con arte».
Muchas de esas obras maestras, causaron gran escándalo en su tiempo. Es el caso de «La femme au perroquet» (1866) de Manet, que «desvistió» a su modelo, Victorine Meurent, en unos términos que la moral de la época consideraba inconcebible. La parisina de la época, pintada por los grandes impresionistas, era una mujer de mundo, sometida a la tiranía de una moda que podía tomar la forma de seductoras esculturas de sedas y tejidos preciosos, glosando su cuerpo bien cubierto con la fragancia de suntuosos jardines íntimos. Han pasado algunos años.