Cuatro cordobeses que llevan meses sin poder trabajar relatan, en la cola del paro, cómo superan el trance
Son el rostro de la desolación. Miguel, Pedro, Gema y Miriam. Por poner cuatro ejemplos. Por ponerle cara a la desesperación de levantarse cada mañana sin saber qué hacer. Por ponerle nombre a la sensación de mirar por la ventana de casa y preguntarse qué ha hecho uno, o una, para no ser como quienes se dirigen con la prisa matutina a su oficina. Por darle apellidos al disimulo ante los vecinos, a la vergüenza ante los padres de los compañeros del colegio de los niños.
Miriam Sánchez sabe lo que es no encontrar palabras para explicarle a la madre de quien comparte pupitre con su hijo que todo fue de un día para otro. «Me lo dijeron por teléfono: que estaba despedida y que al día siguiente me pasara por la gestoría a firmar los papeles», explicaba ayer esta mujer de 36 años en la puerta de la sucursal del Servicio Andaluz de Empleo (SAE) de la plaza de Colón. «Al principio evitaba el trato con la gente que no era de mi círculo íntimo para tener que dar explicaciones, luego tuve que irlo reconociendo ante la gente que me notaba rara y ya digo sin problemas cuando me presento a alguien que mi profesión es “parada”».
Pedro Martínez pasó por un calvario. «Un padre de familia que no trabaja es como un apestado, y más si uno está separado como es mi caso y me corresponde pasarle una pensión a mi ex mujer por los dos niños». Empleado de la construcción de 43 años, hizo dinero en los primeros años de este siglo. «Pero un día todo se derrumbó: empezaron a no llamarme para el tajo, a mí que no hacía tanto me veía obligado a hacer malabarismos para cuadrar encargos por mi cuenta con las obras granes», lamenta. «Las estoy pasando canutas desde hace siete meses: el paro no me llega nada más que para los gastos justos y mis niños se me quejan porque ya no puedo darles todo lo que les daba antes, cuando no les faltaba de nada».
Gema Roldán comparte la misma angustia. «Mi hijo tiene quince años y mi marido y yo nos quedamos en paro casi a la vez, hace once meses: lo pasa mal en el instituto, nos ha llegado a echar en cara que los culpables de no tener un empleo somos nosotros...». Miguel Salmerón, por contra, es un dechado de optimismo. A los tres años de estar cotizando en una empresa de distribución de material agrícola se quedó en la calle. Pero mantiene la sonrisa. «Vamos a tirar para adelante sea como sea, aunque haya que dividir hasta las teleras para que en casa comamos todos. Ponga en el periódico que yo salgo todos los días a buscar trabajo desde hace siete meses». Sin éxito. Pero con una sonrisa.