Günter Grass admite en De Alemania a Alemania. Diario, 1990 no ser un diarista apasionado. Tiene que ocurrir algo excepcional para que sienta la llamada de esta forma de escritura. Le ocurrió, dice, en 1969, cuando abandonó su atril de escritor para involucrarse en la campaña electoral a favor del SPD, dirigido entonces por Willy Brandt. De aquella experiencia surgió Del diario de un caracol (1972), donde ya reflexionaba sobre la necesidad de distinguir entre los funcionarios de la literatura, adictos a la neutralidad mientras pueda cobrarse, y los escritores, siempre expuestos a las vicisitudes del tiempo que pasa, porque es el tiempo en que viven quien marca la trayectoria a seguir.
Grass repetiría la experiencia con un acontecimiento histórico: la reunificación alemana (el 3 de octubre de 1990), consecuencia de la caída del Muro de Berlín, en noviembre de 1989. De nuevo surgía la necesidad de escribir sobre los grandes cambios que se produjeron en muy poco tiempo. Ahora se publica el diario que mantuvo aquel primer y crucial año de 1990, el del viraje geopolítico.
Grass se propuso visitar la RDA regularmente de enero a diciembre
Proceso invasivo
Es evidente que un hombre como él no podía sino tomar parte activa en aquel proceso, y lo hizo a su manera: observando de cerca los cambios que iban sucediéndose al calor del gran cambio político. Para ello se propuso visitar la RDA regularmente, de enero a diciembre de 1990, desde Rügen hasta Vogtland. Su posición moral era, ya se ha dicho, de un gran escepticismo ante la forma voraz en que la RFA empezó a actuar en relación a la RDA, imponiendo su propio modelo económico, el «duro marco alemán», como moneda única.
El escritor era partidario (y seguro que lo sigue siendo) de un proceso menos invasivo, más respetuoso con la parte débil de la unificación: «El trato dispensado a los alemanes por los alemanes revela el tono imperativo que se empleará con los polacos». Polonia está también en el centro de las preocupaciones de Grass, que nació en Danzig (hoy Gdansk) y pertenecía a la comunidad de los cachubos, presentes a lo largo de su obra.
Malos presagios
Grass comprende que no hay alternativa al desplome comunista, pero su irritación es la misma, hasta el punto de ser juzgado como el «aguafiestas nacional» por su actitud, tan desconfiada y crítica, hacia una «gran Alemania» que, quién sabe, pueda sentir, un día, de nuevo, la tentación de dominar el mundo. Piensa incluso en renunciar a su nacionalidad y hacerse apátrida, desentendiéndose así de los «malos presagios» que encierra para él el futuro.
Al hilo de la disidencia que recorre el libro aflora la cotidianidad del autor
Combate cuerpo a cuerpo
Es estimulante ver cómo el poderío del temible crítico ha encontrado siempre la firme oposición del autor de El tambor de hojalata, tal vez el único escritor alemán capaz de mantener a raya la lengua viperina de Reich-Ranicki. Su combate cuerpo a cuerpo a raíz del primer volumen de la autobiografía de Grass, Pelando la cebolla (2006), es un ejemplo.
En todo caso, al hilo de la disidencia política que recorre el volumen y le da sentido, aflora la cotidianidad del escritor: sus dotes para el dibujo y el grabado –su primera profesión– le llevan a reproducir con la pasión de un entomólogo todo tipo de naturalezas.
De modo que podemos hacernos una idea de la «forma» que tiene la vida diaria de Grass: un escritor que publica con cuatro editoriales al mismo tiempo, da conferencias, escribe en los periódicos, trabaja en sus manuscritos, viaja con sus lápices y pinceles, cultiva su propio huerto, disfruta de la cocina, habla con sus agentes, ama a su gran familia (ocho hijos y cuatro esposas) y procura, en fin, que las diferencias entre ellos no interfieran demasiado en su necesidad de sentirse el patriarca de todos: «Es posible conciliar a los hijos, pero no a las madres», admite, abatido, en un momento de conflicto.