Córdoba

Córdoba / Mariano Aguayo, Pintor y escritor

«Córdoba es una ciudad resignada»

Su obra denota que es un creador prolífico. Aguayo se atreve con todo: óleo, escultura, narrativa. Y lo mismo coge con destreza el pincel que un bisturí para diseccionar la ciudad en la que vive

Día 19/12/2010 - 10.35h
Dice que tuvo la suerte de sufrir un infarto de miocardio que lo descabalgó de la dirección de un banco. Las enfermedades, por lo visto, no siempre sobrevienen para anunciar desolación. A veces llegan para recordarte que no vas por el camino correcto. A Mariano Aguayo, el paro cardíaco vino a advertirle que el universo de las finanzas no estaba hecho para él. Desde entonces no ha parado de pintar y de escribir. Que, según parece, son actividades manifiestamente más provechosas que cuadrar balances.
—Usted ha vivido bien.
—Estupendamente.
Pues eso. Mariano Aguayo (Córdoba, 1932) nos abre la puerta de su estudio. Afuera hace una mañana gélida pero brillante. Y aquí dentro, en una estancia amplia y acogedora, pasa los días trabajando incansablemente en sus lienzos y sus libros. La escritura se le apareció de forma tardía. Pero la pintura ya le acompañó desde que era un crío. Un día que su tío le regaló 25 pesetas y se fue a Roldán, en la calle Sierpes de Sevilla, y se compró una paleta, dos pinceles y dos tubos de color. Así, sin formación académica ni nada, se zambulló en el mundo del arte. Hasta hoy. En su biografía, figuran innumerables exposiciones y asegura, casi en voz baja, que la pintura le ha permitido vivir confortablemente.
—Empecé haciendo pintura subjetiva. Pero no le importaba a nadie. No vendía un cuadro, ni encontraba salida ninguna. Así que dejé de pintar durante 16 años. Luego volví y empecé a pintar las cosas que me gustaban de la naturaleza. Pero en ese paréntesis, y casi como todos los españoles, pasé por la banca. Y un día me encontré con que era director de banco.
—Con esas cosas no se tropieza uno.
—Pues mire: empecé a trabajar porque no tenía otra manera de vivir. Y ya que estás lo haces lo mejor posible.
—¿Hay mucho artificio en el mundo del arte?
—No lo sé. Estoy fuera de juego. No voy a las exposiciones. Yo hace muchos años que no hago nada más que lo que me da la gana. Y lo paso divinamente.
—Se siente un hombre libre.
—Libre, no. ¿Quién es libre? Dentro de eso, tengo una dosis de libertad importantísima.
Tiene aspecto de dandy, de hombre que no pasa atropelladamente por la vida, que saborea cada instante del día. Quizás por esa aleación que resulta de combinar muchas horas en medio del monte y otras tantas mezclando colores en el taller. El caso es que este señor educado y afable tiene ya una veintena de libros en su haber y una nutrida obra compuesta por óleos, acuarelas y esculturas.
—Ha escrito 20 libros, gran parte de caza, y pinta cuadros cinegéticos. ¿Es usted un hombre de campo?
—Soy un urbanita apasionado por el campo. La pasión por la caza nace cuando ves un pájaro y quieres cogerlo. Desde poner costillas hasta cazar con redes he hecho de todo. Hasta que los Reyes me regalaron un día una Indian de 9 milímetros. A partir de ahí he cazado siempre.
—¿Qué encuentra en la caza?
—Apropiarte de una pieza que está libre y que consigues hacerte con ella. Pero la caza tiene mal futuro.
—¿Usted me dirá por qué?
—Porque la sociedad la está rechazando. Se la está educando contra la caza. Empezando por Walt Disney, que hace hablar a los animalitos. Claro, tú ves a Tambor y cómo le vas a pegar un tiro. A mí, Walt Disney me parece un poquito cursi, pero en fin.
—¿Y es usted un hombre de armas?
—En absoluto.
—¿Qué hay entre riscos que no haya en la ciudad?
—En el monte hay el silencio. Esa soledad de la naturaleza. Tiene que haber algo genético, que a algunos nos llega y a otros no. El hombre es cazador.
—¿Por qué escribe usted?
—Alguien dijo que se escribe para que te quieran. Aunque algunas veces se te vuelvan rebotados.
—¿Ha conseguido su propósito?
—Pues no lo sé. Yo no soy consciente de tener enemigos. Y algún enemigo que pueda tener por ahí es un poco berrinche. Me llevo bien con todo el mundo. No soy agresivo escribiendo.
—José Acosta dijo que el maniqueísmo es enemigo del conocimiento.
—Lo que somos fundamentalmente es sectarios. Ayer vi un artículo de Primo Jurado sobre Antonio Cañero, que fue un hombre importantísimo en el rejoneo. Se le achaca que tuvo una actuación contra la izquierda en el 36. Pues bien: ya no se puede hablar del Cañero rejoneador. Lo encasillamos. Aquí tendemos a que lo que está fuera de nuestra secta lo condenamos.
—¿Es amigo de trincheras?
—Qué va. A mí me han acusado de que si hablo con un hombre de izquierdas se va convencido de que soy de izquierdas y viceversa. Es que no soy ninguna de las dos cosas. Lo cual quiere decir que soy más de derechas.
—¿Se puede discrepar de la tribu?
—Sí. Y de uno mismo.
—¿Y le ha traído incomodidades?
—No. Cuando eres jovencito, eres de izquierdas. Yo me relacionaba con gente como Juan Cuenca y Pepe Duarte. Influye mucho la cultura familiar. En mi familia era el «rojillo». Yo soy bastante liberal y estoy dispuesto a comprender a todo el mundo. Los años me han dado más comprensión y cierto cinismo con los que no comprenden a los demás.
—¿Se puede vivir sin tribus?
—Yo pienso que sí. Yo voy por libre. No vivo pendiente de nadie ni de nada.
—¿Por dónde empezaría a meter el bisturí en Córdoba?
—Lo primero que cambiaría sería el gobierno. Pero no porque yo sea más conservador, sino porque lleva mucho tiempo.
—¿La alternancia es higiénica?
—Pienso que sí. El poder corrompe. Cosas que se han hecho en Córdoba verdaderamente condenables, no las veo condenar con vigor.
—¿Por ejemplo?
—Lo superior y después nada: el encinar de la Carrera del Caballo. Esa masa de cemento y todo el mundo mirando para otro lado. No lo entiendo.
—¿Qué hay detrás?
—Si lo supiera lo habría publicado en ABC. Solo sé que se hizo sin licencia municipal.
—¿El poder siempre comete los mismos pecados?
—Es una cuestión de tiempo.
—Menudo invento el marxismo peñismo.
—Ésa es una especie de caricatura de la España profunda. Ese señor que llegó a sentarse en el Pleno del Ayuntamiento. Es una cosa que no se entiende. Si el PP ganase las elecciones habría muchas cosas que poner en su sitio.
—¿Usted cree que las pondrá?
—Pues desgraciadamente no lo sé. Lo de las peñas es una catetez terrible. Me parece bien que la gente haga peroles, pero esto es sacar las cosas de quicio. Es que han acabado mandando.
—¿Quién manda en Córdoba?
—Todos sabemos quien mandaba y ya no manda. Ahora está más confuso.
—¿Quién mandaba?
—Hombre, en Córdoba mandaba una barbaridad Castillejo.
—¿Cómo se liquida nuestro pesimismo endémico?
—En Córdoba estamos resignados. Aquí ha pasado, por ejemplo, la etapa de Cajasur con Castillejo y resulta que la culpa la va a tener no se sabe quién. Y la Iglesia reclama no sé qué y ha estado mirando para otro lado en esa etapa.
—¿Cómo ve el futuro?
—Lo veo bien por una razón: es difícil que se haga peor. Aquí se hunde una casa en Lucena y aparece el delegado del Gobierno, el consejero, el concejal de Fomento, el presidente de la Diputación, el diputado de Obras... ¿Cuántos sueldos hacen falta para decidir cómo se ayuda a esa familia?
—¿Es usted un escéptico del Estado?
—No. El Estado tiene que existir pero hay que planteárselo de forma digerible. Y aquí tenemos un Estado desmesurado.
—¿Qué es lo que nos hace mejores?
—Le podrá parecer una cursilería, pero creo que el amor a los demás. La capacidad de convivencia. El respeto.
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