SI educar es «preparar la inteligencia y el carácter de los niños para que vivan en sociedad», la comprensión lectora, las matemáticas y las ciencias —que ahora vienen de fuera a valorar en nuestros escolares— no afectan ni a su inteligencia ni a su carácter. Si educar, básicamente, es reprimir, embridar el desbocamiento de los instintos para facilitar las relaciones de convivencia, formar es, simplemente, facilitar información para superar la ignorancia, para pasar del grito al alfabeto, que ahora tanto cuesta, muy a pesar de Internet—ese leviatán del disco duro— de la videoconsola, de la mega y el bit, del pinganillo y el iPon, y el iPad, y el blog, y el face-book... y lo que te rondaré, progreso. Porque bien se sabe que el niño será hombre —el niño es hombre desde la cuna, el hombre es niño hasta la sepultura, dicen los chinos— y será portador de un voto, que tanta educación ha costado pasar del voto original —la quijada de burro en manos de Caín— hasta el voto de hoy, que tanto le costara a mi madre, lo conté aquí .
Por eso, lo de «apoderarse del alma de los niños» ha sido una constante histórica. El método viene del pretérito, recordemos el «relata refero» y el «magister dixit» —«repito lo que me han enseñado» y «ha hablado el maestro»— cuando primaba la certeza absoluta de sus verdades y sus conquistas eran adquisición definitiva e inmutable. Siempre se primó el axioma a las tesis...
En la pedagogía progresista de los últimos años —recuérdese aquel libro paradigmático, «Per a convencer», en el que se peguntaba a los discentes: ¿Crees que leer y escribir es util?— todo quedó legitimado con la LOGSE de Rubalcaba: «con una lengua de faca, facciosa y amotinada, corrosiva y torticera a la vez que almibarada, secuaz y desvergonzada....» como lo definí aquí en un romance, que seguía «...y en las aulas progresistas germinan las calabazas, se renuevan las albardas, se rebuzna a mano alzada...» cumpliendo sus preceptos a rajatabla: «A partir de la aplicación de la ley, el error ya no será considerado como un defecto, sino como la expresión auténtica del dinamismo subyacente del alumno». El resultado ya se sabe: ¡Progresa adecuadamente! Suficiente aval para cotizar mensualmente en Gol TV o en Canal+...
Al ciudadaniato escolar —primerizo aprisco del «servum pecus», del rebaño servil— hay que añadir las relajaciones del cuarto de estar. Al niño al que nunca se le ha dicho NO a nada, tampoco se le puede decir NO de adolescente, lo que está exigiendo ya que en algunas escuelas se declare el estado de alarma. En la aulas de aquí todo se agrava con el localismo endogámico, con la merma, el menudillo y la bomba de fragmentación territorial, con el minimalismo, con el taparrabismo tribal de gestación sietemesina, donde tanto abundan tantos cofrades pedáneos, profetas del pretérito, «de alma hueca cuya única actividad es el eco», como dijera Ortega, que hasta en nuestras universidades triunfa el Frente de Liberación Nacional, usando el birrete como arma de imposición masiva, amodorrados todos en una vergonzante selectividad doctrinal, con el 9 de octubre, el 25 de Abril, con Jaime I y Martorell, con Ausiàs March ¡y Fuster! derivados como andamiajes ideológicos; con correccionales lingüístico que hacen de la semántica categoría política, y hasta orgasmo filológico; y de los estatutos... libros de caja.
Por eso digo arriba, y aquí repito, lo de «Pela locuta, causa finita».
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