TANTO defender que la cultura había que contemplarla como una inversión de futuro y no como un gasto superfluo, y ahora llegaban las 15 ciudades españolas que se habían presentado para optar a Capital Europea de la Cultura 2016 y echaban por tierra toda la teoría. Se hablaba muchas veces del gasto que suponía el Estado de las autonomías pero los ayuntamientos superaban con creces en muchas ocasiones este gasto.
Esta iniciativa se había creado en 1985 bajo el auspicio de Melina Mercouri con la intención de otorgar un reconocimiento a las ciudades que se habían destacado por su apoyo a la cultura. En un primer momento, ciudades como Atenas, Amsterdam o París recibieron dicho honor. Sin embargo, a partir del año 2000 se decidió que cada año fueran dos países de la Unión Europea quienes eligieran una de sus propias ciudades. El consabido café para todos que se practica en el seno de la Unión Europea. De este modo, en los últimos años, habían recibido esta distinción ciudades como Cork, Vilna, Sibiu, Turku o Maribor, que la mayoría de europeos tendría serias dificultades para situar en el mapa. Sin embargo, los defensores de esta iniciativa argumentaban precisamente eso, que ser Capital Europea de la Cultura te situaba en el mapa internacional. Algo que supuestamente deberían de haber experimentado las mencionadas ciudades.
El año 2016 era el que le tocaba a España, junto con Polonia, para designar una ciudad como Capital de la Cultura para lo que se habían presentado nada más y nada menos que 15 ciudades españolas. No, no es que en una reunión de la Federación Española de Municipios y Provincias hubieran preguntado quién quería presentarse a capital europea de la cultura y hubieran levantado la mano 15 alcaldes, sino que 15 ayuntamientos habían creado 15 fundaciones con su director (alguno de los cuales cobraba más de 100.000 euros anuales), su secretaria (¿qué es un director sin secretaria?), sus asesores y sus técnicos para preparar sus respectivas candidaturas.
Estas fundaciones se habían presentado esta semana en el Museo Reina Sofía a defender sus candidaturas ante un jurado de 13 miembros (seis españoles y siete europeos). Dicha selección había llevado toda la semana, por lo que estas 15 fundaciones habían permanecido en Madrid durante cinco días acompañadas por toda una corte de políticos y periodistas locales que les habían acompañado en un especie de resurrección de esa España de coros y danzas que ya parecía superada.
Finalmente, el jurado había elegido seis candidatas entre las quince presentadas para pasar el primer corte y disponer así de nueve meses de tiempo para decidir finalmente la ciudad que sería Capital Europea de la Cultura. Las elegidas para la siguiente fase (Burgos, San Sebastián, Córdoba, Las Palmas, Segovia y Zaragoza) disponían de nueve meses para poder seguir gastando dinero en sus candidaturas. Las eliminadas se supone que deberían de disolver sus fundaciones, aunque seguro que les encontraban una finalidad alternativa para no tener así que despedir a unos directivos que ya se habrían acostumbrado al cargo.La elegida para la gloria tendría el enorme privilegio de poder situarse al mismo nivel de Cork, Vilna o Turku. Todo un reto y todo un despropósito.