Pese a lograr la clasificación para la Liga de Campeones la temporada anterior, un mal arranque liguero condenaba a Abel y situaba en el banquillo del Atlético, aún en el mes de octubre, a Quique Sánchez Flores, un técnico que consiguió devolver al conjunto rojiblanco la autoestima y la ilusión cuando parecía estar atrapado en una pendiente hacia el infierno.

No ha sido un camino fácil, pues tras una breve reacción inicial el Atleti recuperó su irregularidad, con algunos buenos partidos intercalados entre sorprendentes derrotas. Sin embargo, poco a poco Quique fue imprimiendo su estilo de trabajo diario, su sensatez y su sello futbolístico al equipo, convirtiéndolo en un conjunto solvente a partir de la solidez de su defensa.

Esta renovada competitividad comenzó a dar sus frutos en los torneos por eliminatorias como la Copa del Rey y la Liga Europa, a la que el Atlético cayó tras su eliminación en la Liga de Campeones.

Precisamente en el torneo copero podría situarse el punto de inflexión definitivo en la mentalidad del equipo cuando, tras caer en la ida con el Recreativo por 3-0, los madrileños remontaron con un contundente 5-1 en el Calderón. Desde ese momento comenzaron a creer en sus capacidades y fueron superando rondas hasta las las finales de la Copa y la Liga Europa, aunque sacrificando buena parte de sus esfuerzos en la Liga.

De esta manera, Quique sacó al Atlético de los últimos puestos de la Liga hasta colocarlo ante la posibilidad de repetir, catorce años después, el famoso “doblete”.