Miércoles , 28-10-09
EN todo partido político, como en toda agrupación humana, hay «manzanas podridas». Forma parte de la naturaleza. Pero lo que está ocurriendo en la cúpula del PP empieza a dar la impresión de que allá arriba sólo hay manzanas podridas, gentes que han entrado en el partido para medrar, económica o políticamente. Lo que es injusto, pues hay allí gente honorabilísima. Pero el espectáculo que están dando, primero en el caso Gürtel, ahora con Caja Madrid, es bochornoso para los diez millones de españoles que les votan, y descorazonador para ese otro millón que deciden las elecciones, al votar lo que creen más conveniente en cada momento, y ahora pensaban que era hora de cambiar de gobierno.
No sabemos si en el PP hay más aprovechados, oportunistas o sinvergüenzas que en el PSOE, posiblemente, allá se irán. Pero lo que resulta evidente es que hay bastantes más desleales a su partido y a su causa. El caso Gürtel empezó con un concejalillo que se creyó relegado. El caso Caja Madrid se libra sobre quién tiene la llave de la cuarta institución financiera de España. Puede que no para beneficiarse económicamente de ella, sino para usarla como instrumento de sus ambiciones políticas. Lo que jurídicamente tal vez sea diferente -lo primero es un delito, lo segundo, sólo una inmoralidad-, pero desde el punto de vista ético se parecen bastante. Alguien que antepone sus ambiciones personales a los intereses de su partido seguramente los antepondrá también a los intereses de la nación, si es que llega un día a gobernarla. Y ya hemos tenido bastantes gobernantes de este tipo en España para permitirnos el lujo de seguir teniéndolos, si no queremos que se vaya al cuerno. Lo que quiero decir con ello es que quienes intentan descalificar al rival en la feroz batalla desencadenada en la cúpula del PP se están descalificando a ellos mismos. Puede que ganen esta batalla, pero es casi seguro que perderán la guerra de alcanzar el poder. Uno de los pocos axiomas permanentes en política es que un partido dividido es un partido vencido. Ojo, y un país también. Pero dejemos ese tema de momento.
Contemplando la virulencia con que los líderes populares se están destruyendo entre sí, entiendo un aspecto de la crisis que hasta ahora me tenía intrigado: cómo fue posible que no se dieran cuenta de que tenían a su alrededor una panda de sinvergüenzas que sólo buscaban su propio beneficio, importándoles un bledo el bien del partido y, no digamos ya, el de España. Explicación: estaban tan obcecados en aniquilar a sus rivales que no tenían ojos, manos y oídos más que para eso.
La forma que tienen los campesinos de impedir que las manzanas podridas pudran a las demás es sacarlas del cesto. Lo mismo pasa en política, o sea, Rajoy tiene que actuar. Pero ¿y si se queda con la mitad de la plantilla?

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