Domingo, 12-07-09
TEXTO: ARISTÓTELES MORENO
CÓRDOBA. Hasta los 15 años fue el terror del barrio, verdugo de farolas y ejecutor de balones ajenos. Pero, por lo que se ve, la vida lo fue moldeando hasta convertirlo en todo un catedrático de Historia, autor de 65 trabajos y profusa producción académica. Se levanta extremadamente temprano, no más tarde de las 4.30 de la mañana, y cuando se sienta en el despacho de su departamento ya se ha zampado cuatro diarios y ha escrito media docena de páginas.
-Más de 65 volúmenes publicados. ¿Ha renunciado a vivir?
-Tengo una disciplina de hierro y he renunciado a cosas que para mí valían menos que ese dulce tormento del papel en blanco. Yo no tomo morfina, pero debe de ser algo así. Si no vengo a la facultad después de escribir tres o cuatro páginas estoy, no de malhumor, pero sí desasosegado.
José Manuel Cuenca Toribio (Sevilla, 1939) nació en el seno de una familia de clase media desgarrada por la Guerra Civil, como tantas otras de aquella aciaga generación. Abrazó el liberalismo desde muy joven, en sus primeros pasos escolares y en la lectura de Marañón y Ortega. ¿Sigue siendo un liberal? «Siempre se está aprendiendo. Respeto a todo el mundo. Tengo ideas pequeñas pero muy firmes e intento comprenderme a mí y a los demás».
Ha colaborado asiduamente en prensa, radio y televisión, y protagonizó una sonora polémica con Ricardo de la Cierva a propósito de una serie televisiva sobre la Guerra Civil. Ha impartido clases en Sevilla, Navarra, Barcelona y Valencia, donde fue decano de facultad, antes de recalar definitivamente en Córdoba.
-¿Por qué la Historia?
-Le he de confesar que fue casi un segundo camino. Quise estudiar Literatura, pero mi padre no tenía medios para que fuera a Granada. Y no me arrepiento.
-¿Y qué le ha enseñado?
-Una visión del mundo que, en parte, ha sido complemento de una visión trascendente. -¿El estudio de la Historia le ha llevado al pesimismo? ¿Al optimismo?
-Me decanto hacia el pesimismo pero apostando siempre por la mujer y el hombre, sabiendo que somos capaces de las peores caídas. He sido coetáneo del universo concentracionario y de regímenes intrínsicamente perversos.
-¿Ese peligro está conjurado?
-No. El hombre siempre puede recaer.
Flor estéril
Nos recibe en un despacho en mudanza, abiertamente desordenado y sin un mísero ordenador encima de la mesa. Mientras habla Cuenca Toribio se retuerce en la butaca y acompaña de prolongados silencios las preguntas que le inducen a la reflexión. Cuando llega el fotógrafo, se levanta como un resorte y se calza la chaqueta. «Es por sugerencia de mi mujer. Y yo siempre le hago caso», bromea.
-Nació un mes antes del fin de la Guerra Civil. Vaya fecha que eligió.
-Ibn Hazm, y luego Sánchez Albornoz, dijeron: «La flor de la Guerra Civil siempre es estéril». Esa es la frase que ha guiado siempre mi conducta.
-¿Qué fue, en realidad, la Guerra Civil?
-En el fondo, la lucha de los pobres contra los ricos.
-¿Hay dos españas?
-Sí, como realidad ideológica, histórica. Hoy, de manera más artificial, pero también siguen existiendo.
-¿Todos fueron iguales?
-No. En modo alguno. Hubo víctimas, verdugos, héroes, canallas, idealistas, pragmáticos. Fue un escaparate de las grandes cualidades y perversos defectos de nuestro pueblo.
-¿La Historia es ciencia o materia moldeable?
-Es una disciplina intelectual sujeta a método. La historia no es ciencia en el sentido experimental.
-¿Andalucía existe?
-....sí.
-¿Y qué es?
-Un componente mayor o menor de la visión que tienen las mujeres y hombres de este planeta de su lugar en el mundo y de la concepción del mundo y el hombre. Eso ha hecho que los hombres y mujeres hayan observado la aventura, el enigma de la existencia humana con un componente mínimo de singularidad que se reduce a tener una conjugación muy penetrante entre lo universal y lo particular.
-¿La falta de fervor nacionalista es virtud o desventaja?
-En general, el nacionalismo español ha sido muy débil, por fortuna, y en particular en Andalucía. El nacionalismo es una rémora de la humanidad.
-¿Qué renuncia ha hecho que le haya costado más?
-Eso pertenece al mundo de la intimidad, si usted me permite.
-Por cierto, no veo ordenador sobre la mesa.
-Aquí no hago trabajo creador, lo tengo en casa. Antes era el terror de las imprentas. He aprovechado siempre el tiempo, las estaciones, como Marañón. Para mí, la escritura ha sido un refugio, un exilio interior en esta sociedad.
-¿Por qué el exilio interior?
-Por desagrado contra el mundo externo. Por no ver el triunfo de lo que yo creo que es la injusticia, la mediocridad. El mundo, en general, no ha cambiado. El mal está ahí, el bien está ahí y seguirán luchando hasta el fin de los tiempos.
-¿Este mundo le desagrada?
-El mundo concreto de la España de la posguerra, donde teníamos la misión histórica de que se construyera un mínimo de consenso e intento de superación. Lo que decía Machado: «Guárdate la verdad y vente conmigo a buscarla». Eso que se hizo en la Transición. Pero fue flor que duró poco.
-Es usted experto en Historia de la Iglesia. ¿Qué ha descubierto ahí dentro?
-Mi mundo no era religioso. Mi padre era anticlerical. He encontrado en la Iglesia la comprobación de las mayores virtudes, el sentido del prójimo, la entrega, el sacrificio; y he encontrado también a montones, y no he tenido que ir muy lejos, la huella de la culpa, de la perversión, de los defectos, del egoísmo. Eso se refleja en la Iglesia de manera nítida.
-¿Qué necesita para vivir?
-Sentirme amado y no demasiados bienes materiales.
-¿Los premios le halagan o le aturden?
-Ninguna de las dos cosas. Me han servido de acicate y de estímulo en las muchas horas depresivas que tengo y he tenido.
-¿Qué no se aprende en los libros?
-Probablemente, ese encanto especial de la vida y esa atracción por el contacto con nuestros semejantes. Siempre encuentra uno un alma que nos deslumbra, un paisaje insuperable, que no está en los libros. En algunos poetas, quizás sí, de ahí mi admiración por la poesía, que es el don de la creación en grado máximo. Para la poesía he sido siempre usuario, nunca autor.
-¿No tiene poemas guardados?
-No, nunca. Tengo algún diario incompleto, memorias universitarias inéditas. Ahí me puede someter al tercer grado y le digo que no. Góngora, otro de los paraísos de haber vivido aquí, para mí, el poeta máximo.
-¿Qué le tienta?
-El triunfo de la justicia, donde he visto su conculcación por la hipocresía de la sociedad.
-¿Tenemos los gobernantes que nos merecemos?
-Sí, pero a la baja. Tenemos una sociedad chata, que alcanzó cotas magníficas, y padece ahora un déficit de crítica como jamás se ha dado en nuestro país. Eso lo pagarán las generaciones del futuro.
-¿Qué le queda por hacer?
-Morir con dignidad.
-¿Y cómo es la muerte con dignidad?
-Eso es una asignatura que estoy aprendiendo ahora.
-¿Tiene miedo a la muerte?
-Yo soy tanático. He tenido la obsesión de la muerte, pero era una cosa de divertimento: los muertos, los cementerios, y ahora ya estamos en primera fila. Antes era una representación escénica y ahora ya uno es actor y protagonista. Temo que la decadencia física me juegue una mala pasada. Sería infelicísimo que eso aconteciera y puede acontecer.
-¿Y qué es la felicidad?
-Estar rodeado de gente buena.