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Antonio Maura
Domingo, 18-01-09
SE cumplen cien años de la Semana Trágica, aquella violenta revolución que convulsionó España, aunque no saliera de los límites de la ciudad de Barcelona. Derrotada y deslegitimada, sin embargo se cobró el precio de poner fin a la carrera política del presidente del Gobierno, el conservador Antonio Maura, el político más influyente en el primer tercio del siglo XX, presidente durante cinco años, al frente de dos Gobiernos nacionales de coalición de todas las fuerzas políticas, y siempre en el primer plano de la vida política nacional. Alfonso XIII prescindió de él, asustado por una campaña internacional favorable a los instigadores de la Semana Trágica
La historia de este país hubiera sido muy diferente si el ansia fundamental de Antonio Maura (Palma de Mallorca, 1853 - Madrid, 1925) hubiera podido plasmarse en la realidad. Él quería convertir en verdad un régimen liberal que era mentira porque el nivel de alfabetización y de desarrollo cultural no permitía verdaderamente un liberalismo y una democracia. De haber sido posible, la apasionada apelación a la ciudadanía de Maura podría haber hecho que la monarquía se hubiera convertido en democrática, lo cual nos hubiera evitado, desde luego, la Guerra Civil de 1936. En cualquier caso, él sí contribuyó a que el liberalismo perdurara más de lo que cabía esperar.
Tres virtudes, vigentes para aplicarlas a la política española actual, brillaron en Maura. En primer lugar su convicción de que es necesaria la apelación al ciudadano, de que el liberalismo y la democracia son imposibles si el individuo no toma conciencia de que debe participar. Maura solía decir: «Por mí no faltará». Por otra parte, Maura fue intachable desde el punto de vista moral, constituyendo su sentido ético el mejor ejemplo que la derecha podría tener de comportamiento moral en política. Y, por último, tuvo una voluntad de regenerar la vida pública, de convertir la democracia o el liberalismo que aparecían en los textos constitucionales, en algo real, práctico.
Por otra parte, Maura era superior, pero además se creía superior. Y a veces eso era demasiado para los que le rodeaban, teniendo en cuenta que también era muy combativo. Una parte de sus complicadas relaciones con Alfonso XIII derivaban de que no podía ser para el Rey un amigo, sino alguien que imponía demasiado. Cambó decía de él que a veces era tan orgulloso y que expresaba tan rotundamente sus opiniones que eso producía un efecto contrario, porque los demás se volvían contra él.
Ese era su principal defecto y, por supuesto, se equivocó en más de una ocasión. Se equivocó con los sucesos de la Semana Trágica, dejó que pululara a su alrededor demasiada gente autoritaria, que condujo a una parte de la derecha hacia la extrema-derecha, y adoptó una posición demasiado taxativa y de confrontación en numerosas ocasiones.
Quizás por ello, no tuvo discípulos, ni pudo evitar que otros políticos le terminaran arrebatando el liderazgo del Partido Conservador, pero sí contó con bastantes seguidores en distintos frentes. De hecho hubo mauristas que evolucionaron hacia la extrema derecha, pero también los hubo que estuvieron durante la Guerra Civil en el lado republicano, lo cual demuestra la importancia de Antonio Maura.
La derecha española tiene un pasado y en él figuran políticos que sirvieron bien a España. Debe reivindicarlos, pero a veces busca sus ejemplos en otras partes, por ejemplo en personajes como Azaña, que pertenece a un liberalismo estatalista y radical que no conecta bien con el liberalismo de la derecha española actual. Hace años escribió Javier Tusell, biógrafo de Maura: «Yo creo que la derecha tendría que redescubrir a sus propios líderes liberales, como Antonio Maura, Canalejas o el propio Cánovas del Castillo, y no tratar de poner los huevos en otro nido, aunque desde el punto de vista político pueda entenderse que quiera dar una sensación de reformismo o de laicismo que Maura, mucho más clásico, no representa».

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