Las principales calles, y las menos también, se encuentran permanentemente colapsadas por motoristas con voluntad de demostrar que las reglas de tráfico no están para ser respetadas. Las aceras, ¿qué aceras? La prioridad no es para el peatón, sino para el primero que meta el morro.
La coreografía de motos, carricoches y todo tipo de vehículos a tracción motora o animal es impresionante. Dediqué media hora larga a la contemplación de la locura humana en versión tráfico... Pues no, no hubo ningún choque ni nada que se le parezca. Eso sí, la adrenalina se pone por las nubes.
Decidimos no quitarnos las boinas y seguir disfrutando de Saigón desde un prisma pueblerino. Es divertido sorprenderse en las grandes ciudades. Echamos el resto y fuimos a lo más típico: alquilamos las bicicletas con un sillón delante para que los turistas disfruten del paseo. Se enseñan algunas pagodas del barrio de Cholón mientras el conductor se pega la paliza padre por un ínfimo importe a una temperatura del mercurio altísima. Cero explicaciones por cierto. El buen hombre bastante tenía con no caer desplomado por el esfuerzo.
Siguiente parada típica total: el karaoke Casino Royal, un local mítico en Ho Chi Minh. La factura se fue a un par de millones de dongs. Prohibido hacer el cálculo a euros. Para eso somos de pueblo. Se paga y basta. El barrio del Casino Royal está repleto de locales de masaje de moral distraída. Los vimos desde la distancia. Somos catetos y tenemos nuestros principios.
Para rematar el bautismo, acudimos a la discoteca Apocalype Now, donde se junta lo mejor de cada casa. Marines, gentes operadas de lo más insólito, prostitutas, camellos, borrachos, tipos con cicatrices, despistados y nosotros, los del pueblo. Literalmente no sé cómo acabó la noche...