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RUTA BBVA QUETZAL

¿Cómo reacciona el cuerpo al subir a 5.000 metros? (2)

53 jóvenes de la Ruta BBVA logran alcanzar la cima de la montaña Quebrada Quehuisa, donde nace el río Amazonas. Esta es la segunda parte de la crónica del acontecimiento, llena de sentimientos contradictorios, contada por sus propios protagonistas

¿Cómo reacciona el cuerpo al subir a 5.000 metros? (2) Ángel Colina

JUAN ANTONIO PÉREZ GARCÍA

¿Cómo se ve el mundo a 5.000 metros?

Según Jesús Luna, el jefe de la expedición Ruta BBVA , «se ve de una manera muy diferente. Te das cuenta de tus limitaciones, de lo duro que es seguir adelante, tener fuerza de voluntad y una sensación de ayudar a la gente que va peor que tú. Surge un elemento de solidaridad importantísimo». Para Ana Gonzalo Payo, una de las monitoras, «si gritabas se notaba muchísimo (la altitud), pero pensaba que se iba a notar más. El paisaje a 5.000 metros es superárido».

De las vistas dice Sebastián Rosado Álvarez, colombiano de nacimiento, madrileño de adopción y uno de los cinco jóvenes que no alcanzaron la cima, que el paisaje «era extraño: había partes con vegetación y otras totalmente secas». A Jerònia Vadell Cubells, de Manacor, le pareció que «era una maravilla». «Llegamos muy temprano y vimos el agua todavía helada. Me llamó la atención la vegetación: no había árboles y el musgo era muy grande. En la bajada, ves los riachuelos y dices aquí empieza el Amazonas».

Respecto a los sentimientos, Sebastián dice que «sientes como si estuvieras en un avión. Hay una sensación de tranquilidad, está todo muy calmado, bonito».

¿Cuál fue el mejor momento?

Jesús Luna no tiene dudas: «Cuando llegamos a la placa (donde pone que nace el Amazonas). Fue el éxtasis, la sensación dehaber culminado algo que ha sido muy duro». Ana coincide, aunque ella no llegó a los 5.170 metros al tener que bajar con cinco jóvenes que no tenían fuerzas para seguir. «Desde que subí a 5.000 metros y se ven las fuentes del río Amazonas. Luego más arriba empieza, pero no se ve nada».

Para los «ruteros», además de llegar a la cima (o casi), cuando llegaron los coches para trasladarles de vuelta al campamento de Chivay. «El mejor fue al día siguiente, cuando la policía vino a recogernos a las seis para volver al campamento. Sientes que todo (lo malo) ha pasado. Y cuando llegas a los 5.000 metros también. Es una parte muy psicológica porque sientes que has logrado algo que parecía muy difícil», dice Sebastián. Según Jerònia, el mejor momento «en teoría, cuando vimos los carros (coches), pero estaba tan cansada que no pude apreciarlo. Y también cuando llegamos a la cima».

¿Y el peor?

Con los lógicos matices de cada uno, todos coinciden. En el caso de Jesús Luna, «cuando me doy cuenta que el guía se ha perdido al bajar. Acababa de anochecer. A partir de ahí tengo que tomar decisiones y lo primero es asegurar al grupo. Es decir, buscar un refugio, hacer una hoguera para mantenerlos calientes, que coman lo que tengan y, además de eso, llamo a la organización con un teléfono satélite para que se pongan en contacto con las autoridades policiales y de rescate. Les doy mis coordenadas y me refugio. Si sigo adelante son problemas gordísimos».

Ana aún vivió momentos más angustiosos, pues estuvo una hora sin poder comunicarse con el resto. «Estuvimos tres horas en un muro de piedra, con las mantas térmicas (aproximadamente entre las siete y las diez de la noche). En esas tres horas iba buscando señal y oía lo que decía, pero no sé si ellos me oían a mí. Conseguí que Jesús siempre supiera mi paradero. Cuando se pierde la comunicación era noche cerrada, los chicos empezaron a tener frío, yo no dejaba de tiritar... Estuvimos así una hora hasta que me llamó el policía de montaña que había conseguido la ubicación gracias al walkie-talkie de Jesús (pese a todo, en esos instantes lograron llegar a una cabaña donde se refugiaron)».

Uno de los jóvenes que iba con Ana era Sebastián. Dice que el peor momento fueron «las tres horas» que estuvieron solos porque «te sentías en parte abandonado e incapaz de arreglarlo». Para Jerònia, que estuvo en el grupo de Jesús, «en la cabaña había un poco de desconcierto y este era preocupante». Luego también se acuerda de cuándo caminaron de madrugada, tras dejar la cabaña, para acceder a los coches, porque «físicamente estábamos agotados».

¿Qué sensaciones se tienen después de la expedición?

Varios días de poner sus cuerpos al límite y de haber logrado algo que pocos pueden decir, tocar la cima de una montaña de más de 5.000 metros, las sensaciones son variopintas. Para Luna, como es conocido en el campamento, «te das cuenta de la capacidad que tienen para superar cualquier tipo de dificultades. Hay que ser realistas. Estar a 5.000 metros era muy duro. Si te dicen que vas a estar 26 horas desde que salió la expedición hasta que volvimos dices: es imposible».

A Ana lo primero que le sale es la palabra «alegría... porque todo salió bien. Tuvimos muchísima suerte. Si no conseguimos refugio, hubieras tenido hipotermia mínimo, ya que al irnos para el refugio ya había una temperatura de –2 grados». A Sebastián le sale un «pensé que nos íbamos a quedar ahí y no íbamos a volver», mientras que a Jerònia le parece que lo vivido «no es real». Tiene muchas sensaciones: «desde la satisfacción y la alegría de cuando llegamos a los 5.000 metros y la meta. También el paisaje increíble y al bajar cuando se puso el sol. Y luego la incertidumbre de no saber dónde nos encontrábamos, ver los riachuelos que se quedaban totalmente helados...»

Repetiría

Los cuatro al unísono: sí. Incluso todos, salvo Jerònia, lo harían si les dicen que se sube al día siguiente. Para la joven de Manacor, en cambio, «es una de las cosas que se pueden hacer cada cuatro años». Su compañero Sebastián cree que «si ya sabes que te va a pasar algo de esto iría más preparado. A Ana también le vale la experiencia: «Sí subiría otra vez, pero de diferente manera, teniendo claro por ejemplo que va a haber un coche esperándonos». Y, por supuesto, dice que lo haría con la misma gente: Jesús Luna, el grupo de monitores, el equipo médico... Por último, Luna lo tiene muy claro: «La expedición estaba bien planteada. El problema en la montaña es que surgen situaciones que tú no puedes controlar. ¿Cómo voy a controlar yo que un guía con tanta experiencia, se pierda? Eso es una probabilidad entre mil. Que te pase un accidente es normalísimo, pero lo demás estaba controlado».

¿Cómo reacciona el cuerpo al subir a 5.000 metros? (2)

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