Las tres grandes diferencias entre Benedicto XVI y el Papa Francisco
El Pontífice alemán fue el Papa de la palabra; su sucesor, el de los gestos

Las primeras palabras del Papa Francisco en el balcón de la Basílica de San Pedro fueron para Benedicto XVI. El Papa alemán ha estado presente en el recuerdo de su sucesor prácticamente desde el momento en que fue elegido. Hoy compartirán mesa y mantel en el Palacio de Castel Gandolfo por iniciativa del propio Francisco.
Se trata de dos personalidades muy diferentes pero con una misma vocación: hacer presente a Jesucristo en medio de un mundo alejado de Dios.
1. El profesor y el pastor
Benedicto XVI afrontó el reto de ser el guía de la Iglesia desde su perfil de intelectual y profesor. De ahí, su empeño durante sus ocho años de pontificado por demostrar que la fe no tiene por qué estar reñida con la razón. “La gran tarea encomendada a la Iglesia sigue siendo unir fe y razón, unir la mirada que va más allá de lo tangible y la simultánea responsabilidad racional. Esta responsabilidad nos ha sido dada por Dios. Ella es lo que distingue al ser humano. Pienso que, ya que Dios ha hecho Papa a un profesor, quería que precisamente este aspecto de la reflexividad, y en especial la lucha por la unidad de fe y razón pasaran al primer plano”, aseguró Benedicto XVI al periodista alemán Peter Seewald en el famoso libro “Luz del Mundo”.
El Papa Francisco, en cambio, ha llegado al ministerio petrino de la mano de San Ignacio de Loyola y San Francisco de Asís. Del primero aprendió su espiritualidad (buscar a Dios en todas las cosas) y del segundo, su predilección por los pobres. La elección de su nombre es todo un programa de gobierno. «Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres», le dijo a los periodistas durante un encuentro en el pasado sábado en el Aula Pablo VI.
3.La palabra y los gestos
Benedicto XVI fue el Papa de la palabra, y un teólogo apasionado por conocer a Jesucristo y por darlo a conocer en un lenguaje inteligible. Sus discursos en el Colegio de los Bernardinos de París, el Castillo de Praga, el Parlamento de Westminster o el Bundestag despertó no solo los aplausos de quienes le oían si no también la admiración por un pensador excepcional.
Francisco es el Papa de los gestos. Desde su elección el pasado 12 de marzo, ha roto varias veces el protocolo para poder acercarse a saludar a los fieles y sobre todo a los enfermos. La sencillez, la cercanía y la humildad se han convertido en sus señas de identidad.
Este Jueves Santo le veremos lavar los pies a un grupo de menores que cumplen su condena en una cárcel en Roma, en lugar de celebrar esta ceremonia en la basílica de San Pedro. En su ministerio como arzobispo de Buenos Aires, el cardenal Bergoglio solía celebrar esa misa en una cárcel, un hospital o un asilo para pobres o marginados.
3. La tradición y la sencillez
El Papa emérito vivió siempre de manera austera, pese a que en público se empenó por recuperar antiguas tradiciones de los Papas en su forma de vestir. Volvió a utilizar los llamativos zapatos rojos del Papa Inocencio V, la esclavina o incluso el camauro, aquel gorro rojo ribeteado con armiño, muy usado en el Renacimiento y al que recurrió un invierno para protegerse del frío. Aquella iniciativa le acarreó más de un disgusto por el malestar que despertó entre los grupos ecologistas.
El primer Santo Padre jesuita, en cambio, ve en la vestimenta una manera de hacer visible la pobreza evangélica. Lleva el anillo del Pescador de plata en lugar de oro, su cruz pectoral es de metal y sin ornamentos y viste simplemente con la sotana blanca sin la clásica muceta. Sus zapatos, con plantillas interiores, son los mismos que usaba cuando era arzobispo de Buenos Aires y no parece importarle llevar sus viejas gafas algo caídas.
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