BENEDICTO XVI RENUNCIA al pontificado
Un cónclave más americano y menos italiano elegirá al nuevo Papa
Benedicto XVI ha conformado un colegio de cardenales electores más internacional. En las últimas incorporaciones en noviembre no había ningún italiano ni europeo, algo inédito hasta entonces

El Cónclave constituido el pasado noviembre marcaba un cambio de rumbo y abría una nueva etapa en la vida de la Iglesia, algo que ahora, con la renuncia del Papa al Pontificado , cobra especial relevancia. La incorporación de seis nuevos miembros al colegio de 120 cardenales electores era poco en términos numéricos, pero era la primera vez que una nueva «hornada» no incluía ningún italiano ni ningún europeo. Esto ha abierto todavía más las puertas de América, el continente donde viven más de la mitad de los católicos del mundo.
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En abril de 2005, la posibilidad de un Papa latinoamericano era ya real, y el segundo cardenal más votado fue el arzobispo jesuita de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, quien llegó a 40 votos en el tercer escrutinio. La extraña serie de acontecimientos negativos y positivos a lo largo del 2012 ha abierto más el abanico. Y ya no se excluye la posibilidad de un Papa norteamericano.
Timothy Dolan, la estrella emergente
El cardenal de Nueva York, Timothy Dolan, deslumbró al colegio cardenalicio en febrero de 2012, un día antes de recibir la birreta roja. El Papa le había encargado hablar sobre la «nueva evangelización» a todos los cardenales del mundo y el presidente de los obispos americanos les fascinó por su profundidad evangélica y su optimismo.
Dolan volvió a brillar el pasado octubre en el Sínodo mundial de Obispos sobre la nueva evangelización, un tema que obligaba a la Iglesia a planear su propio futuro en un clima cultural adverso. El Papa encargó el informe inicial al cardenal de Washington, Donald Wuerl, quien se reveló como líder con un programa de gran envergadura y una excelente síntesis de los debates, entregada al Papa como base de su próximo gran documento: la exhortación apostólica sobre la nueva evangelización que, junto con el Año de la Fe, centra de nuevo a la Iglesia en su actividad esencial al término del año más duro de este pontificado.
El 25 de enero de 2012, la primera filtración de documentos descubría trapos sucios en los contratos de suministro del Estado Vaticano. El ritmo de filtraciones aumenta hasta convertirse en una cascada. «Vatileaks» es continuo y demoledor.
El ambiente de trabajo en la Curia se vuelve un infierno: todos sospechan de todos. El arresto del mayordomo en mayo apenas alivia, pues la lentitud de los fiscales y jueces del Vaticano retrasa la clarificación de los hechos hasta después del verano.
Benedicto XVI
consideraba urgente un cambio de rumbo
En ese cuadro desolador, el Vaticano empeoró su imagen echando con cajas destempladas al presidente de su propio banco. Una y otra vez son intrigas de italianos, y muchos obispos del mundo concluían que el Vaticano no podía ser gobernado «a la italiana». El nombramiento de 22 nuevos cardenales en febrero había provocado quejas en privado al Papa, pues la abrumadora mayoría eran italianos, funcionarios de la Curia y personas próximas al secretario de Estado, Tarcisio Bertone.
Con ese telón de fondo, el Sínodo de Obispos de octubre se convirtió en algo más que un encuentro sobre la nueva evangelización. En pasillos y tertulias se abordaba el problema del desgobierno, y se descubrían personajes valiosos entre los padres sinodales más jóvenes y más alejados de Europa.
En ese clima, Benedicto XVI tomó una decisión estratégica: nombrar seis nuevos cardenales no europeos para «completar los nombramientos de febrero con un gesto de universalidad de la Iglesia».
Desde el pontificado de Pío XI (1922-1939), nunca hubo dos «hornadas» de cardenales en un mismo año, pero Benedicto XVI consideraba urgente el cambio de rumbo. Los italianos son el 5 por ciento de los católicos del mundo, pero suman el 25 por ciento de los cardenales electores. La «reitalianización» de la Curia vaticana a la sombra del cardenal Bertone debía dejar paso a la internacionalización.
La «opción norteamericana»
De cara al futuro, el discreto apoyo de algunos cardenales a la «opción norteamericana» de Dolan o Wuerl favorece la alternativa «intermedia» del cardenal Marc Ouellet, prefecto de la Congregación para los Obispos, cuyos partidarios evitan un queme antes de tiempo. Benedicto XVI está gobernando la Iglesia en plenitud de facultades, y no es elegante promover «papables». Pero los cardenales electores hablan entre ellos en privado. El arzobispo de Milán, Angelo Scola, es la gran esperanza de los italianos y de muchos otros que aprecian su altura teológica y su línea ratzingeriana. El cardenal de Viena, Christoph Schoenborn, no es «papable» sino «gran elector». En el 2005 convenció a sus partidarios para que votasen a su maestro, Joseph Ratzinger. Su actitud sigue siendo la misma: orientar votos hacia el mejor.
Ese mismo papel jugará el arzobispo de Manila, Luis Antonio Tagle. Con sólo 55 años, el segundo cardenal más joven de la Iglesia es ya un auténtico líder por el peso de su palabra.
Entre los cardenales americanos hay que contar también a Sean O’Malley, arzobispo de Boston, y Odilo Scherer, arzobispo de Sao Paulo. Entre los europeos con futuro, a Peter Erdö, arzobispo de Budapest y presidente del Consejo de Conferencias Episcopales de Europa, sin olvidar a Philippe Barbarin, arzobispo de Lyon y primado de las Galias, y a Reinhard Marx, arzobispo de Múnich. El nuevo rostro de África es el cardenal guineano Robert Sarah, presidente del Pontificio Consejo «Cor Unum», encargado de ayuda humanitaria. El liderazgo práctico en la Iglesia católica es ahora plenamente internacional. Y las buenas opciones vuelven a abundar en un abanico cada vez más amplio.
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