Crítica de «Un lugar tranquilo»: Amor y terror en silencio
El esperado ejercicio de terror mudo y sordo, protagonizado, dirigido y escrito por John Krasinski, combina el encanto del cine mudo con una tensión mayúscula

Terror mudo, o sordo, que se convierte en un sugestivo ejercicio de estilo dentro del género y que consigue que su banda sonora (susurros y ruidos básicamente) sea el leitmotiv del argumento. El director (también guionista y protagonista) John Krasinski nos sitúa en un mundo futuro, sin apenas seres humanos y a merced de unos monstruos ciegos y casi invisibles que reaccionan con brutal violencia ante cualquier cosa que emita sonidos, y se entra al relato terrorífico con una familia, un matrimonio y tres hijos pequeños, que sobreviven en una casa en el campo, donde organizan su vida sin diálogos y con precauciones asfixiantes.
El primer tramo de la película lo recorre el espectador entre la perplejidad, el horror, el escalofrío y también como de puntillas. Las interpretaciones de Krasinski, Emily Blunt y los pequeños tienen a la vez el encanto de la gestualidad del cine mudo y el virtuosismo de sostener una tensión mayúscula sin apelar a los recursos típicos del susto…, y ser, además, sutil en su comunicación con el estado de ánimo del espectador, naturalmente sin resolver su tremenda historia mediante diálogos o explicaciones. Y esta línea la mantiene la dirección de Krasinski con rigor, sin ofrecer claves o porqués de lo que está ocurriendo o ha ocurrido.
El arranque es espectacular, de una intriga y una sugerencia muy poderosas, en un alarde de precisión informativa y de elogio del fuera de campo, y hay momentos de acoso, de amor, de parto, de presencia y husmeo de esas criaturas salvajes e inexplicadas comparables a los mejores momentos del mejor cine de terror.
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