Crítica de El vacío: Terror a granel
La película ofrece un chapuzón en ese territorio de la amenaza y la claustrofobia que hace que vuele el argumento entre sobresaltos, impactos y una desequilibrada mezcla de seriedad, confusión y gansada

Solo los amantes del cine de terror, y más concretamente el ochentero, estarán cómodos en esta extraña película canadiense escrita y dirigida por Jeremy Gillespie y Steven Kostanski. No hay mucho argumento en ella, y el que hay ni siquiera pretende ser descifrado por la lógica; tampoco unos caracteres y unas interpretaciones que merezcan especial atención.
Lo que ofrece, y lo hace generosamente, es un chapuzón en ese territorio de la amenaza y la claustrofobia que hace que vuele el argumento entre sobresaltos, impactos y una desequilibrada mezcla de seriedad, confusión y gansada.
La retahíla de guiños al cine de Carpenter, Romero y al universo de Clive Barker o Lovercraft no ocultan la banalidad (tal vez profundidad inalcanzable) de una historia que transcurre entre unos cuantos personajes encerrados en un hospital semiabandonado y con unas presencias externas y encapuchadas que son sus pesadillas. Puede que se trate de terror cósmico, o de terror de ultratumba, o de espanto al Ku Klux Klan, o de cualquier otra sustancia horrorosa…, pero no es importante: lo que importa es el mal rollo.
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