El otro lado de la esperanza (***): Kaurismäki siempre en estado puro
Filma sin pretensiones y, a pesar de ello, exhala estilo, porque su moral primaria y natural no deja restos de moralina, y porque no busca finales felices, sino finales mejores para los suyos y su historia
El mundo en el que vive el cine del finlandés Aki Kaurismäki es candoroso, mucho más sencillo e inocente que el de los cuentos infantiles, aunque siempre refleje dureza social e injusticias palmarias. Esa mezcla de candor y mundo escabroso, aliñada con el laconismo busterkeatiano de sus personajes (exiliados) procura sensaciones y sentimientos de cercanía con ellos y con su extravagante modo de pensar y actuar.
Es más fácil encontrar empatía que ideología en su cine . Como en la anterior, «Le Havre», aquí también enfoca a su modo el problema de la inmigración ilegal, con el encuentro (siempre positivo, nunca negativo) de un joven refugiado sirio y un hombre que, hastiado de su vida y de su esposa alcohólica, abre un bar al estilo kaurismäki que recoge todo ese clima hierático de los «busterkeaton» y libadores de Helsinki .
Uno sabe a ciencia cierta cuándo está dentro de un film de Kaurismäki por la humanidad y extrema rareza de sus personajes, porque cerca el mal con una valla de espino (aquí con simples brochazos gruesos a los neonazis), porque filma sin pretensiones y, a pesar de ello, exhala estilo, porque su moral primaria y natural no deja restos de moralina, y porque no busca finales felices, sino finales mejores para los suyos y su historia.
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