Crítica La batalla de los sexos: Tenis y feminismo
La película explora más y mejor en el territorio amoroso de ella, que en el deportivo, y se esfuerza en aclimatar la relación romántica con su peluquera

Puede discutirse que la elección de un tono de comedia para contar esta historia no sea el más idóneo. El histórico partido de tenis que celebraron en 1973 Billy Jean King y Bobby Riggs tiene tanta carga de épica feminista, de liberación y redención, que los directores, Jonathan Dayton y Valerie Faris (los de «Pequeña Miss Sunshine»), habrán tenido la tentación de ponerse serios y estupendos para llevarla a la pantalla. Pero han sido fieles a su «estilo» de divertir y transgredir, y la elección de sus protagonistas es una prueba inequívoca de ello. Steve Carell, además de clonar al gran tenista y gran bocazas Bobby Riggs, le procura su notable capacidad de ser insoportable y simpático a un tiempo, y Emma Stone, también muy próxima físicamente a Billy Jean King, le pone un punto de atractiva banalidad romántica y hollywoodiense al rigor combativo que sin duda tenía la tenista. De hecho, la película explora más y mejor en el territorio amoroso de ella, que en el deportivo, y se esfuerza en aclimatar la relación romántica con su peluquera (la encantadora Andrea Riseborough), sus dudas matrimoniales, al tono chispeante del combate tenístico: lo melodramático envuelve la comedia. El título, que responde a cómo se llamó a aquel partido de tenis, apunta en realidad a la batalla interior de la protagonista, a su lucha por los derechos de la mujer y a la aceptación de su propia sexualidad. No hay ni un buen punto en las pistas, pero de la boca de Carell sale tanta obscenidad machista que la sensibilidad femenina actual necesitará varios puntos de sutura.
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