Baby Driver (***): Rápido y ruidoso
Laica y ruidosa, no como las de un Tarkovski… pero uno llega a pensar que el cine está desarrollando un nuevo lenguaje simbiótico con otros medios
Si se ve esta película en una buena sala, que proyecte con el volumen bien alto, se puede sentir algo parecido a una epifanía. Laica y ruidosa, no como las de un Tarkovski… pero uno llega a pensar que el cine está desarrollando un nuevo lenguaje simbiótico con otros medios: justo lo que necesita el espectador actual, que vive hiperconectado y no está para el linealismo del cine clásico o el vaciamiento del cine de festival actual. Quiero decir que el director Edgar Wright acaba de descubrir… el videoclip, el arte de organizar las imágenes (vaya, de montarlas directamente) al ritmo de una música pop. Nada nuevo, dirán, pero lo hace con un género tan cinematográfico como el de las persecuciones en coche por un quítame un atraco de nada: en los dos primeros atracos, uno evoca clásicos subidones de adrenalina a motor como «Bullitt», «French Connection», «Ronin»…
Obviamente Wright no puede mantener ese ritmo (chiste inevitable) y llega un punto –un tiroteo en un parking, sin ir más lejos– en que la magia se deshace y a partir de ahí todo parece un ejercicio de estilo con acelerón y sin marcha atrás. Solo queda concentrarse en guión y personajes, minucias que el cineasta desarrolla mucho peor que el arte del montaje y la «playlist». Entonces vemos que Jon Hamm no da el pego, que Jamie Foxx sí (parece el Michael Rooker que daba tanto miedo), y que Kevin Spacey está de sabático aunque se redime con una frase final de antología. El protagonista Ansel Elgort es más complejo: define el «cool» bajando un escalón respecto al laconismo del héroe de acción, lo suyo parece Aspergen. Pero cuando se enchufa el iPod y agarra el volante, parece un Icaro a punto de tocar el sol.
Noticias relacionadas
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete