Habló Hernández
Grandes lecciones desde Qatar sobre derechos democráticos

Érase que se era un pequeño sultanato gasero con el mayor PIB per cápita del mundo. Allí mandaban siempre los mismos (la familia real local, con un poder absoluto e indiscutible). En el alegre sultanato los partidos políticos y los sindicatos estaban prohibidos. Las libertades ... de expresión, reunión y asociación no existían. Un escarceo adúltero, o un simple gin-tonic, te podían hacer reo de unos latigazos. Las mujeres tenían prohibido transmitir la nacionalidad a sus hijos, tal derecho era exclusivo de los varones, pues sabido es que para la avanzada cultura local los hombres son «la cabeza natural de la familia». En los juicios, el testimonio de ellas valía la mitad que el de ellos (o directamente era ignorado). La constitución del encantador sultanato estaba inspirada en la sharia, la rigorista ley islámica anclada en el medievo. El riquísimo país contaba con 2,6 millones de habitantes, pero solo 313.000 eran originales de allí, el grueso de la población la componían inmigrantes contratados para currar y sacar aquello adelante. Sorprendentemente -y según la prensa inglesa untando a algunos compromisarios de la Fifa- el pequeño sultanato logró hacerse con la organización de un Mundial de fútbol, hecho insólito, porque tradicionalmente no habían jugado ni a las chapas. Para construir los imponentes estadios se importó abundante mano de obra extranjera. Pero muy pronto las organizaciones internacionales de defensa de los derechos humanos denunciaron que en el entrañable sultanato se trataba de manera infame a esos trabajadores, sometiéndolos a condiciones infrahumanas. En resumen, un oasis de buenas prácticas democráticas, derechos humanos y defensa puntera de los derechos de la mujer.
Hernández es un extraordinario futbolista, que disputó 133 partidos con la selección española absoluta y antes pasó por todas sus categorías inferiores. Pero ahora, a sus 38 años, le ha sobrevenido una alergia galopante hacia España, de la que se lucró y con la que compitió sin problema alguno mientras le vino bien para su prestigio y cuenta bancaria. Con motivo de las navidades, el futbolista, hijo de un Hernández de Almería, se ha sumado a una campaña en defensa de los que él llama «presos políticos» (léase los xenófobos que en octubre de 2017 dieron un golpe contra España, su democracia y las legalidades estatal y catalana). El gran Hernández, de los Hernández andaluces de toda la vida, pide que el año nuevo traiga «justicia y libertad» para los héroes que querían romper España a la brava y contra la opinión de la mayoría de los catalanes.
Hernández, que considera que en España no hay justicia ni libertad, trabaja en la actualidad en el sultanado descrito en el primer párrafo. Allí todo le parece estupendo. No dice ni pío mientras contempla mudo y sonriente al pisoteo todas las libertades elementales y de los derechos de las mujeres. Podría rematar el artículo resumiendo a Hernández con el castizo sustantivo que me está viniendo a la mente. Es innecesario. Hernández se encarga perfectamente de retratarse.
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