Sea por la colorida arquitectura que recorta su paisaje urbano, por el sincretismo religioso que une al adusto Dios cristiano con la alegre legión de divinidades «afro», por los exuberantes aromas que perfuman el aire caliente y salado, o por los ritmos que brotan en cada esquina, Salvador es un rincón en el que África, Portugal y Brasil cuentan su historia de rica -y también trágica- hermandad.
La pintoresca capital provincial de Bahía, situada en el noreste brasileño a orillas del océano Atlántico, recibirá en su remodelado estadio Fonte Nova seis partidos durante el Mundial. La cita será una excelente oportunidad para viajar en el tiempo e internarse en el choque que portugueses, aborígenes y africanos protagonizaron hace cinco siglos dando origen a la multiplicidad étnica y cultural que caracteriza al gigante suramericano.
La historia palpita en Salvador. Se la puede ver al recorrer las calles del centro histórico, con su barrio «Pelourinho» resguardando en sus barrocas construcciones el pasado de las luchas heroicas por la libertad, y también las oscuras páginas de la historia del país, como lo son las cruentas torturas aplicadas a los negros esclavos.
Bañada por unos 50 kilómetros de costas doradas, con aguas que se mantienen a una temperatura promedio de 26 grados, la primera capital de Brasil es una excelente puerta de entrada a la idiosincrasia del país anfitrión. Tierra de fe y superstición contagiosos, el visitante seguramente abandonará la ciudad con una «fitinha» (cintita) del Señor de Bomfim colgada del brazo, sea para cumplir con la leyenda según la cual si se pide un deseo al anudarla éste se cumplirá al romperse la cinta, o sea para llevarse consigo un recuerdo tangible del cantón afro-ibérico de Brasil.