Sin sonrisa, Leo Messi recibió una distinción muy cuestionada. La FIFA quiso premiarle con el Balón de Oro después de un Mundial irregular, difuminado cuando más le necesitaba Argentina. Fue de más a menos y en la final estuvo intermitente, penalizado al desaprovechar ocasiones claras. Alemania destrozó su sueño. [En directo, Alemania-Argentina]
No queda demasiado claro el criterio para distinguir al mejor jugador del Mundial, igualmente discutido cuando en 2010 la FIFA optó por Diego Forlán. En Brasil, Messi no ha sido tan decisivo como se esperaba y se perdió su olfato cuando Argentina llegó a octavos de final. Sus cuatro goles llegaron en los tres primeros partidos.
Con 27 años, aspiraba a una estrella que le concedía la eternidad, puede que el último tren hacia el Olimpo. Argentina estaba dispuesta a que Messi fuera como Maradona con todo lo que es el «Pelusa» para el país y perdió en esa comparación, demasiado lejos el Mundial de Rusia como para pensar en eso ahora. Un chasco mundial.
Es cierto que Messi fue el mejor de la selección albiceleste para certificar la clasificación a los cruces, pero poco a poco fue perdiendo luz, a trompicones como durante toda la temporada. Es evidente que un poco de él es mucho, pero está lejos, muy lejos de ese futbolista exclusivo. Nada de él en las semifinales y sólo destellos en la final.
Lo intentó, pidió la pelota, lideró a su equipo y se quedó en el intento, desolado en el partido de su vida. Boateng le frenó en el primer tiempo cuando rozó el gol y en el segundo falló un remate que normalmente siempre acierta, castigado por un palmo.
En la votación, o lo que fuera, superó a Muller y Robben, que aparentemente hicieron más méritos en el Mundial de Brasil. El primero fue campeón y el segundo alimentó el sueño de Holanda, que puede presumir de un bronce brillante. Pero la FIFA dijo Messi y él recogió el trofeo porque le tocaba, pero no dedicó ni una sonrisa a las cámaras, consciente más que nadie de que se le esfumó la gloria. Quiso ser como Maradona, pero no fue ni Messi.