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Pendientes de una herencia

Los apenas veinte vecinos de Xar tenían ayer sensaciones contradictorias. A la sorpresa habitual por un suceso así se unía la desconfianza que en lugar siempre suscitó la familia

Pendientes de una herencia EFE

C. PICHEL

Casi nadie en Xar, a las nueve de la mañana, sabía lo que había pasado en la última casa del lugar, la misma que establece los lindes entre la parroquia de Barcia (a la que pertenece Xar casi en su plenitud) y la de Vilatuxe, de la que ya forma parte la majestuosa vivienda que se erige entre unos robles próximos. Los apenas veinte vecinos de la zona vivieron estos últimos cinco días, sin saberlo, con un vecino más , un cambrés secuestrado en Aranga y custodiado, al menos en la noche del viernes, por cinco personas.

Pero la sorpresa no solo se instaló entre la escasa decena de casas que todavía conservan residentes en el lugar. También llegó a la más grande e imponente de todas ellas, que pese a ser construida hace unos ocho años todavía guarda su vestido original de ladrillo. Fue tan diligente la operación policial, que apenas duró trece minutos, que no hubo tiempo ni de guardar los cubiertos de la cena del jueves.

En el galpón donde dormía el empresario y su guardián aún permanecían, por la mañana, los restos de un puré que el primero, probablemente, rehusó tomar. Un pocillo que antaño había albergado café, una bolsa con pañales, un colchón carcomido y varias mantas visiblemente sucias componían una escena atroz en un cubículo de menos de tres metros, un espacio convertido en infierno para Abel, que ayer vio la luz del sol tras permanecer cinco días bajo la oscuridad.

Tan ágil fue su liberación que las luces, tanto las de la parte del cobertizo donde lo encontraron como las de los dos habitáculos contiguos —uno reservado para los animales y otro con una cocina auxiliar—, permanecían encendidas a las doce de la mañana. A la finca se trasladó el silencio, empañado solo por los ladridos de los dos perros que esperaban por su almuerzo y de las gallinas que danzaban por la finca a sus anchas. La ropa limpia, en un tendal delantero, a la espera de que alguien la pudiese recoger.

Tras acercarse para conocer los hechos, los vecinos prefirieron permanecer en un segundo plano y observar la mansión —que incluso cuenta con una piscina— desde la distancia. Recibían con extrañeza la detención de cinco personas en la vivienda, pues tan solo tenían constancia de que en ella residía un matrimonio de mayores con su nieto y, a veces, su hija. De ella prefieren no comentar casi nada. «Era gente rara», se limitan a decir. «Nunca tuve muy buen concepto de ellos», apunta otro.

Emigrantes retornados

A Xar llegaron hace unos ocho años, después de pasar gran parte de su vida en Francia donde, y según las fuentes consultadas, poseían «muchas fincas». Él, murciano, y ella, de una aldea próxima, estaban jubilados y se ocupaban, en gran parte, de su nieto de 14 años. Quienes tuvieron trato con él cuentan que lo adoraba y que siempre lo acompañaba hasta la parada del autobús que lo recogía para ir al instituto. Pero ayer no pudo.

Su estancia en Francia les trajo, recientemente, réditos económicos. En concreto, una herencia que, según fuentes próximas al matrimonio, todavía estaría pendiente de cobrar debido a la cuantía del traspaso. Las mismas apuntan que quizás esta situación motivó su interés por hacerse con los 70.000 euros del rescate, cuyo plazo límite para su ingreso vencía ayer.

¿Una empresa fantasma?

Otras fuentes apuntan a un negocio propio en el ámbito de la construcción y desconocido para la mayor parte de sus vecinos, un negocio que pudo motivar el secuestro. Hace unos años, a la casa empezaron a llegar cartas certificadas de la Agencia Tributaria con un nombre social en el destinatario: «Xar Construcciones». Nadie quiso nunca salir a firmarlas. «Estaban gran parte del día enclaustrados dentro», puntualizan algunos.

Y allí, finalmente, los pillaron.

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