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Desembarco vikingo en Catoira, donde el vino releva a la sangre

Decenas de guerreros penetran desde el mar con embarcaciones antiguas en la desembocadura del río Ulla

Desembarco vikingo en Catoira, donde el vino releva a la sangre miguel muñiz

efe

Altos, rubios y fuertes, así es la imagen de los vikingos de antaño, aunque en el desembarco de Catoira, en Pontevedra, no solo hay invasores blondos, también morenos y pelirrojos portan cascos con cuernos en la recreación de una batalla entre lugareños y bárbaros donde el vino releva a la sangre.

«Muerte a los cristianos», grita un asaltante, con un atuendo fiel a la versión novelesca, porque el yelmo cónico y liso «impone menos». Decenas de guerreros, los que participan desde el mar en esta vuelta atrás en la historia, penetran con embarcaciones propias de otra época en la desembocadura del Ulla.

Gritos salvajes, «¡Úr-su-lá!, ¡Úr-su-lá!», y unos remeros más mañosos que otros. De cerca los sigue una zódiac de Protección Civil y otra lancha de la Guardia Civil. Descienden a la tierra, donde los esperan centenares, armados con martillos de madera, espadas, cuchillos, hachas y escudos.

Así empieza la lucha. Se enzarzan, sudorosos y sin que en ningún momento lleguen a hacerse daño, entre el fango y el agua sucia. Ellos, rudos y aguerridos; ellas, fieras y con trenzas.

La fuerza del dios Baco

Manolo Rey, vecino de Teo (La Coruña), acompañado por su hijo Borja, cuenta que el dios Baco lo ha dominado. Al menos, dice con una sonrisa, «momentáneamente». «¡Ehhhh que ese cuerno está vacío. Llénadlo de tinto!», vocifera uno de los amigos de Manolo. No se permite que estos peculiares botijos vayan vacíos mucho tiempo.

Marcio Granfa, su hermana Sonia, y el bebé de ella, Matilde; han venido desde Portugal con Luis Rodrígues, Fátima Silvoa y João Sá. «Nos encanta esta celebración. Vivimos cerca de Oporto», afirma Sonia, exultante con su pequeña en brazos.

Juan Miguel Serra, de Alicante, está con su pareja, Naiara, de Pamplona. Él es un asiduo. «Hace un lustro que vengo». Su novia repite por segunda vez. «Cuando la traje yo aquí se quedó alucinada».

Llegados de todos los rincones

Isabella y Cecilie son dos jóvenes de Dinamarca, al igual que los veteranos Torben Kielm y Christian Stærke. Estos incondicionales del fenómeno «Vikingespil», que se celebra en su país originario con una periodicidad anual, no han querido faltar a la convocatoria gallega. «Hemos venido más de cuatrocientos vikingos de Dinamarca», remarca Christian, que no duda en dejarse fotografiar, con su poblada barba blanca, con todo aquel que se lo pide.

Recuerda que estos conquistadores son oriundos de tres lugares, Noruega, Suecia y Dinamarca, y que están encantados con la idea de vivir este «rebobinado» y rememorar «en la ficción» ese poderío belicoso.

Krista Griog, oriunda de Washington D. C. y su compañero sentimental, el tejano Ryan Welch, están en Catoira por primera vez. Residen en Cádiz. «Me ha enamorado Galicia. Los gallegos son muy abiertos. Me encanta esta fiesta. Es tan original», manifiesta Krista en un logrado español, al lado de su amiga Joanna Ruderman, que asegura que solo habla inglés pero esto no es impedimento para compartir la romería con gentes de aquí y de allá.

El personal de seguridad contratado por Adif no se aleja de la vía del tren, donde controlan el paso del respetable. «Hay un puente y un túnel para cruzar, pero la mayoría ataja y viene por aquí. Es más fácil vigilarlos y retenerlos cuando pasa un convoy que pedirles que vayan por otro lado. No hacen caso en general», declara uno de los trabajadores a Efe. El accidente del Alvia está grabado a fuego en la memoria.

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