punto de fuga
El soufflé independentista
Un soufflé, y el sarampión soberanista no es cosa distinta, con idéntica rapidez se infla y se desinfla
En el fondo – y en la forma – el nacionalismo no es mucho más que un modo de racionalizar el espíritu gregario. De ahí que el genuino hecho diferencial de la Cataluña contemporánea lo represente el afán por no resultar diferente. Un cuarto de siglo de catequesis identitaria ha tenido por orwelliano resultado que, aquí, todo el mundo ansíe ser como todo el mundo. Lo que explica fenómenos tan inexplicables como la súbita conversión al independentismo de la mitad del censo local. De la noche al día, el secesionismo ha pasado de desvarío instalado en la más estricta marginalidad a supremo canon de la corrección política. En apenas el intervalo de un suspiro, dejaría de constituir risible extravío propio mentes iluminadas para devenir todo lo contrario, esto es, suprema prueba de cordura cívica y sensatez institucional.
Un avatar errático que debería invitar a la esperanza a los pocos que aún mantienen la cabeza encima de los hombros. Porque un soufflé, y el sarampión soberanista no es cosa distinta, con idéntica rapidez se infla y se desinfla. Repárese, por lo demás, en cuán profundos resultan ser los cimientos intelectuales de ese cuento de hadas. Pues, según la encuesta última del CEO, la mayoría que se dice partidaria de romper España vía referéndum convive en plácida armonía con la mayoría deseosa de continuar en ella, ya fuese bajo la forma de un Estado federal o autonómico. Huelga decir que unos y otros son los mismos. No únicamente les sucede a los niños, la opinión pública tampoco destaca por dotar de una mínima coherencia lógica a sus caprichos. Rásquese un poco bajo la superficie sentimental sobre la que se asienta la presunta convicción independentista y emergerá la misma realidad que cuando el Estatut. A la hora de la verdad, aquel fervor unánime en pos de su perentoria reforma se tradujo en nada llegado el instante de las urnas. No fue a votar, ¡ay!, ni el gato. Cataluña, la patria del soufflé.
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