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tribuna abierta

Internacionalizar el victimismo de siempre

La Generalitat debería reconocer que Cataluña tiene un techo competencial igual o mayor que el de la mayoría de estados descentralizados

ignacio martín blanco

AUNQUE no puede decirse que el Diplocat, la red de diplomacia amateur de la Generalitat, cosechara en su estreno el pasado viernes en París un éxito mucho mayor que el que, pocos días antes, había alcanzado Artur Mas en la propia capital francesa, no conviene despreciar del todo su capacidad de mistificar la realidad y confundir a la opinión pública. Decía Agustí Calvet, Gaziel, que «el separatismo es capaz de provocar por sí sólo una catástrofe episódica».

Pues bien, el Diplocat representa el enésimo capítulo de esa catástrofe episódica de la que hablaba Gaziel, en la medida en que pretende trasladar al mundo la batería de exageraciones, medias verdades y mentiras a secas que el independentismo lleva años predicando intramuros. Hablan sin empacho de internacionalizar el conflicto, dejando entre renglones las nefastas connotaciones que para la comunidad internacional implica un concepto tradicionalmente asociado a conflictos armados como los que enfrentan a Israel y Palestina o al Estado colombiano con las FARC, pero que ni por asomo es aplicable al caso catalán. Hacerlo no sólo constituye una ominosa desproporción, sino que favorece incluso la banalización del propio recurso a la internacionalización de conflictos reales.

Así pues, conviene saber qué es lo que el Diplocat va diciendo por el mundo y no dejar que su enfoque fatalista cale más allá de nuestras fronteras como, por desgracia, ha calado aquí. El mejor ejemplo lo encontramos en el argumentario que el Diplocat envió hace pocas semanas a entidades de todo el mundo con las que colabora, con el objetivo de que lo divulguen a los cuatro vientos. El documento se basa en una serie de ideas inconsistentes cuya refutación resulta de lo más sencilla con sólo examinar por encima la realidad española. Asegura, entre otras cosas, que durante mucho tiempo muchos catalanes se hubieran conformado con ser una región de España con competencias similares a las de los länder alemanes.

Pues bien, entonces lo que debería hacer la Generalitat es dejar de azuzar el victimismo y reconocer que las Comunidades Autónomas, incluida Cataluña, ya tienen un techo competencial igual o mayor que el de la mayoría de los estados más descentralizados del mundo, incluido el alemán, y problema resuelto.

Destaca, asimismo, la contradicción de defender la conversión del Senado en una auténtica Cámara de representación territorial al uso de Alemania o los Estados Unidos, es decir, un foro de decisión intrínsecamente multilateral, y al mismo tiempo abogar por la bilateralidad institucional característica del Reino Unido entre el Estado y las regiones. Eso es la cuadratura del círculo. Así y todo, en España también hay bilateralidad institucional entre la Administración General del Estado y las Comunidades Autónomas, verbigracia: la comisión bilateral Generalitat-Estado, si bien el rasgo más característico del sistema político español no es la bilateralidad institucionalizada sino la bilateralidad política, lo que ha favorecido históricamente los intereses de las regiones que, como Cataluña y el País Vasco, cuentan con partidos nacionalistas fuertes en el Parlamento español, concediéndoles en definitiva una capacidad de incidir decisivamente en el proceso de toma de decisiones de ámbito nacional.

No tiene ningún sentido reclamar un modelo como el británico para España, pues allí la autonomía se reduce a Escocia, Gales e Irlanda del Norte, mientras que Inglaterra no tiene autonomía regional, al menos de momento. La bilateralidad no tiene sentido cuando hablamos de competencias transferidas por igual a todas las regiones, porque eso supondría que el Estado central repitiera la misma negociación con cada una de ellas. Para eso sirve el multilateralismo. Sea como sea, resulta paradójico que quienes se empeñan en elevar al absoluto la diferencia aboguen ahora por el multilateralismo. Nunca es tarde.

Por último, es sintomático que el documento del Diplocat haga referencia a la resolución aprobada, a propuesta del PSC, por el Parlamento catalán el pasado 13 de marzo en la que se insta al Gobierno catalán a dialogar con el Gobierno central con vistas a la celebración de una consulta sobre la independencia de Cataluña, pero no diga ni media palabra sobre la celebérrima declaración soberanista del 23 de enero en la que la Cámara catalana definía Cataluña como «sujeto jurídico y político soberano».

No resulta fácil creer que se trate de un descuido contingente, sino que con toda seguridad responde, por un lado, a que el objetivo del Diplocat es normalizar ante la comunidad internacional el proceso soberanista y, por otro, a que no hay ni un solo Estado en el mundo que reconozca a una de sus partes como sujeto de soberanía jurídica y política. Es decir, la declaración soberanista del Parlamento catalán difícilmente encontraría acomodo constitucional en ningún Estado democrático del mundo. De ahí probablemente su omisión en el susodicho documento, que más que internacionalizar un conflicto inexistente lo que hace es internacionalizar el victimismo de siempre.

Ignacio Martín Blanco es periodista y politólogo.

Internacionalizar el victimismo de siempre

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