punto de fuga
Contra el ruido y la furia
Así, lejos de ansiar la llegada de algún sucedáneo castizo de Beppe Grillo, la gente parece que sigue prefiriendo a los dos grandes partidos nacionales, PP y PSOE
Según se desprende de la última cata demoscópica del CIS la España real tiene poco que ver con el estruendoso guirigay apocalíptico de las tertulias y la agitación escrachera. Así, lejos de ansiar la llegada de algún sucedáneo castizo de Beppe Grillo, la gente parece que sigue prefiriendo a los dos grandes partidos nacionales, PP y PSOE. Inopinada muestra de cuerda sensatez que, entre otras cosas, viene a demostrar que pese al griterío ambiente éste es un país mucho más serio que Italia sin ir más lejos. Repárese, si no, en el resultado de las últimas elecciones celebradas allí. Con un avatar económico bastante mejor que el nuestro, Monti, el equivalente transalpino de Rajoy, acabó ocupando un espacio marginal entre las preferencias de los votantes (o de los telespectadores que tanto monta).
¿Y cuál había sido su gran pecado para merecer semejante castigo? Pues no otro que ofrecen aburridos razonamientos analíticos a un pueblo que demanda explicaciones simples, emociones fuertes y soluciones mágicas. Como saben todos los demagogos que en el mundo han sido, el político menor, al contrario que el estadista, se esfuerza por adular a la muchedumbre dando satisfacción a sus instintos más primarios. De ahí el éxito tanto de Grillo como de su “alter ego”, Berlusconi. Y también de ahí lo contra intuitivo del proceder hispano. Contra intuitivo y, a qué negarlo, esperanzador. A fin de cuentas, esta crisis, que frente a lo que predica el mantra dominante no nació de la política, podría llevarse a la política por delante. Un empeño, ése de deslegitimar sin tregua al sistema, que hoy comparten los charlatanes y populistas de todos los hemisferios, igual los que moran a diestra que sus iguales a siniestra. Al cabo no hay matices en su común e inquietante desprecio hacia la legitimidad representativa de Gobierno y oposición. Ante tanta furia iracunda y tanto desdén apenas disimulado por la democracia parlamentaria, consuela el sentido común de la mayoría siempre silente.
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