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tribuna abierta

Los españoles son gente «extraña»

mª teresa giménez barbat

No frecuento las redes sociales. Sólo gasto un poco de tiempo en Facebook. Igual que en el mundo real, tengo ahí amigos de todo tipo. También independentistas. Aunque conocen mi afiliación política y mi trayectoria opositora, soy, si no entusiásticamente bienvenida, si cortésmente tolerada en sus conversaciones. Hace unos días, debatí con una agradable independentista que reclamaba la secesión esgrimiendo ese argumento ahora tan usual de los motivos económicos. Pero fue más allá: añadió con franqueza que no quería aportar recursos a “gente extraña”. “Gente extraña”. Reconozco que me chocó particularmente. No sólo por el crudo distanciamiento moral que traslucía la expresión, sino por el hecho de que quien la profería tenía como apellidos unos nada catalanes. Digamos, por poner un ejemplo, que se llamaba Ibarreche Aznar. La verdad, era tan paradójico que no pude evitar manifestarle mi sorpresa. Y eso es todo lo que puedo decirles sobre su postura y sentimientos, ya que no le pareció necesario responderme. La agradable señora no dialogó más conmigo y quien la sustituyó fue mi amigo anfitrión, que recriminó dolido mis palabras. ¿Acaso una catalana de apellidos, hum, españoles, no podría ser independentista? ¿Acaso estaba yo discriminando a la gente por su apellido? ¿No podría él, en justa contra-argumentación, atribuir mi “españolismo” a mi muy delator primer apellido?

Está claro que no me comprendió. Por supuesto que se puede ser independentista con apellidos como los suyos o como el mío. ¡Pues no hemos visto a Lópeces y Péreces reclamando estado propio! Naturalmente. De la misma manera que se puede estar en contra de desgajar Cataluña de España llamándose Galvany o Tutusaus. Lo que me asombra, me entristece y me desanima es esta locución, “gente extraña”. Porque es extravagante y un sinsentido que alguien califique así al resto de los españoles. Nos gustarán más los gallegos que los extremeños, los aragoneses que los valencianos, y siempre por motivos personales y subjetivos. Pero “extraño” no lo es ninguno. Y menos para una Ibarreche Aznar. Seguramente serán la mayor parte de sus parientes y también una buena parte de sus amigos. Personas con las que ha compartido un país, un lugar de donde proceden o procedieron abuelos, primos o algún cuñado o yerno. ¿Cómo puede decir alguien una cosa tan ilógica?

Pues lo dicen convencidos. Y la causa no ha sido la realidad, ni la experiencia, ni el sentido común. Felicidades, nacionalistas. Las opiniones de la agradable señora no tienen más etiología que años y años de adoctrinamiento en el extrañamiento que, como saben los psicólogos de masas, no está muy lejos de la deshumanización del otro, paso previo para el odio. Ella no quiere que su dinero vaya a quien no considera suyo. Lo mismo que otros ciudadanos antiespañoles. Pero resulta que les preguntas y todos quieren formar parte de la Unión Europea. Y ahí está el quid de la cuestión. Si una Ibarreche Aznar considera que otro Ibarreche Aznar es un “extraño” que no merece su solidaridad, ¿qué no dirá cuando le pida dinero un Bratovic o un Opieczonek? Para raros, raros, los que no han formado parte ni de su sangre ni de su historia. En realidad, nuestros nacionalistas no quieren pertenecer a Europa, sino a un exquisito club formado por alemanes, holandeses y otras gentes de bien como la imagen que tienen de ellos mismos. Sin españoles, ni griegos, ni portugueses. Puro infantilismo narcisista, por no decir un descarnado racismo disfrazado de reivindicación histórica.

Nunca, nunca una región que se separe de un país democrático debería ser admitida en Europa. Si no has podido tolerar a los tuyos, llevas la peor tarjeta de presentación para un club de muy distintos. Eres una bomba de relojería. Podríamos decir que Europa es una metáfora de España. Gentes diversas y un surtido completo de virtudes y defectos. Con su gente trabajadora, sus vagos, sus emprendedores o sus corruptos. Como en todas partes. Y no necesita ni más tribus ni más naciones. Precisamente se creó para superar la tentación nacionalista, pulsión letal que tantas muertes ha causado. Y el escalón obligatorio para el acceso es haber asumido a los propios como propios. Qué menos. Si no es así es que alguien no ha entendido de qué va el asunto.

Mª Teresa Giménez Barbat es escritora y miembro del Consejo Territorial de UPyD Cataluña

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