fallecimiento de adolfo suárez
Adolfo Suárez: un abulense que deja huella humana y política en Cebreros
El primer presidente de la Democracia siempre cuidó sus vínculos con Ávila y su pueblo, donde el Museo de la Transición recordará su legado

A los abulenses, y muy especialmente a los cebrereños, ayer se les encogió el corazón al conocer que Adolfo Suárez, su paisano «más querido», descansaba por fin del olvido al que día a día le condenó el Alzheimer. La comparecencia ante los medios de su hijo Adolfo Suárez Illana para informar de la muerte inminente del expresidente despertó el viernes las primeras reacciones de dolor ante lo que no por previsible desde hace tiempo resultaba más fácil de digerir -estaba enfermo desde hace once años-. «Nunca se está preparado para este momento», confesaba su prima Pilar García, alcaldesa de Cebreros hasta 2006. El actual regidor, Ángel Luis Alonso, guardaba «respeto» hasta el último momento, a la espera del fatal desenlace . Profeta en su tierra, los vecinos de esta localidad del suroeste de la provincia recibían con «mucha pena» la noticia y sólo tenían buenas palabras para una familia «sencilla y agradable» que siempre ha mostrado «buen trato» en sus visitas frecuentes al municipio, que ayer decretó tres días de luto oficial.
Adolfo Suárez nació a los pies de Gredos, en la casa de sus abuelos maternos en Cebreros, como era tradición en aquella época, un 25 de noviembre de 1932 y aunque su familia estaba instalada en Ávila, donde el padre ejercía de procurador de los Tribunales, él siempre que pudo sacó pecho por su pueblo. «Sentía pasión por su tierra, era su debilidad», recuerda su cuñado y colaborador político, Aurelio Delgado, que también justifica «lo poco que pudo hacer por Ávila» recordando que en aquella época «el horno no estaba para bollos».
Tres días de fiesta por todo lo alto -con el buen vino de la comarca a placer y baile hasta la madrugada- celebraron en la plaza la llegada de «Adolfo» a la primera Presidencia del Gobierno de la recién estrenada Democracia allá por 1976 y desde entonces los suyos nunca le fallaron. Ávila le acogió cuando presentó su dimisión en Consejo de Ministros, en 1981, y la provincia «resistió» en 1989 como su último bastión electoral.
Sus padres, Policarpo Suárez y Herminia González, recibieron la noticia de su nombramiento en El Tiemblo. Ya se habían trasladado a Madrid, pero allí conservaban una casa familiar y pasaban unos días cuando su hijo mayor se convirtió en máximo dirigente político de una nueva España. «Mira qué guapo está», dijo doña Herminia ante el televisor emocionada por la visión de su primogénito. Atrás quedaban tiempos de estrecheces y dificultades, malos momentos en los que Adolfo Suárez tuvo que «tirar del carro» de su familia por los vaivenes paternos. Ni las diferencias generacionales con su padre ni las aventuras y desventuras superadas en su lucha por «sobrevivir» independiente -vendió neveras, llevó maletas en la estación, dio clases particulares...- ahogaron su ambición política.
Desde que en 1966 fue elegido procurador en las Cortes por Ávila, aupado por su mentor y representante del Gobierno en la capital amurallada, Fernando Herrero, su carrera fue fulgurante. Apenas un par de años después fue nombrado gobernador en Segovia. Dejó un buen recuerdo de su labor y ya se entrevieron muestras de un espíritu diferente. Los medios recogieron la implicación directa del joven Suárez en los trabajos de desescombro y rescate de cadáveres tras el siniestro del palacio de Convenciones de Los Ángeles de San Rafael y pocos se resistían a los encantos de un miembro del régimen al que no le dolían prendas para remangarse y bailar jotas en la plaza de Cuéllar durante las fiestas. El siguiente ascenso lo lanzó a Madrid y lo alejó de Castilla y León...
Visita sorpresa
Un año después de instalarse en el Palacio de Villamejor, y de organizar el traslado de la sede de la Presidencia a La Moncloa, Adolfo Suárez volvió a Cebreros. Su última visita había sido con motivo de la muerte de su abuela Josefa, pero su llegada «por sorpresa» en 1977 revolucionó el pueblo. En compañía de su esposa, Amparo Illana, asistió a misa y a la procesión del Corpus Christi antes de recorrer las calles departiendo saludos y besos a los entusiasmados vecinos.
Entre aplausos y vítores, el baño de multitudes fue repitiéndose a lo largo de su vida política. No era extraño que iniciara sus campañas electorales en Cebreros y allí cuidó su particular «granero de votos». Sin embargo, más allá de su carrera política personal, su tierra ha querido reconocer en la figura de Adolfo Suárez su capacidad de generar consenso y su papel clave y protagonista en la incipiente Democracia española con un Museo de la Transición que desde 2009 luce su nombre. Una exposición permanente recorre los aspectos más personales de su vida y explica su trayectoria profesional, pero además se programan todo tipo de actividades que pretenden mantener vivo el debate y los valores que el abulense defendió a capa y espada.
Reflejo del enorme cariño y respeto que despertaba entre sus paisanos, Castilla y León le concedió en 1994 una de las pocas Medallas de Oro que hasta el día de hoy ha otorgado la Comunidad. Sólo Don Juan de Borbón, que nació en La Granja de San Ildefonso; el empresario segoviano fundador del Grupo Pascual, Tomás Pascual; y el escritor vallisoletano Miguel Delibes comparten la máxima distinción regional.
Profundamente católico y familiar, padre de cinco hijos de su matrimonio con Amparo Illana, acudió durante años a la capilla del convento de Mosén Rubí en la capital abulense para depositar flores naturales en la tumba donde descansan los restos de su esposa desde 2001. Ahora, como el expresidente quería, ambos podrán reposar juntos en el claustro de la Catedral de Ávila.
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