premio gabarrón artes plásticas
Richard Meier, el arquitecto revolucionario
Admirador de referentes como Le Corbusier o Mies van der Roher, algunos aspectos de sus iniciales proyectos como la claridad y la apertura acabaron siendo totalmente asumidos en la arquitectura

En reconocimiento «a una larga y genial trayectoria en el mundo de la arquitectura, artes y diseño», Richard Meier ha sido escogido ganador dentro de la categoría de Artes Plásticas de los Premios Internacionales Gabarrón 2013 . El jurado destaca de la obra de este arquitecto norteamericano nacido en 1934 su continua investigación «en la creación de espacios, a la busca de luz, claridad, belleza, practicidad, equilibrio en formas y espacios»; cualidades que, añade, le otorgan una vigencia que hace su obra elemento de «estudio obligado en todas las grandes escuelas de arquitectura del mundo».
Formado en la Universidad de Cornell , Meier estableció su propio estudio en Nueva York en 1963. Ya a finales de esa década, su nombre formaba parte junto al de Peter Eisenman, Charles Gwathmey, John Hedjuk y Michael Graves de los denominados New York Five: arquitectos, por entonces treintañeros, cohesionados por un profundo respeto hacia la modernidad, la priorización de las cuestiones formales sobre aspectos como contenido y función. Conceptos que materializaron en refinados edificios, caracterizados por un énfasis en la delgadez, lo plano y la transparencia. Meier ha señalado a Le Corbusier, Alvar Aalto o Mies van der Rohe como algunas de sus referencias fundamentales, pero destaca particularmente su fascinación por la Casa de la Cascada de Frank Lloyd Wright como una fuerza de inspiración crucial, decisiva en la concepción de su primer proyecto: una vivienda para sus padres.
Aunque su apellido tiende a asociarse con importantes edificios públicos, localizados en Estados Unidos, Europa y Asia , fue la Casa Smith en Connecticut, una de las residencias privadas con las que comenzó su trayectoria profesional, la que en 1965 le convirtió en un arquitecto reconocido en su país. Cuando en 1984 recibía el Premio Pritzker (a la sazón, el arquitecto más joven laureado con ese galardón), evocaba cómo aspectos que entonces resultaban innovadores tales como «la claridad, la apertura, la directa articulación entre espacios públicos y privados, su relación con el paisaje» habían acabado deviniendo rasgos totalmente asumidos por la arquitectura apenas dos décadas después. Su celebrada conversión de los antiguos Laboratorios Bell Telephone en Greenwich Village en 383 apartamentos fue el indicio de que las cualidades de Meier podrían desplegarse de manera más interesante en edificios de mayor escala.
Comprometido con la calidad
The Atheneum en 1979 (New Harmony, Indiana) y el High Museum of Art (Atlanta) en 1983 corroboraron a Meier como uno de los más deseados y conocidos arquitectos de la década de los 80, particularmente para la realización de museos. El Museo de Artes Decorativas (Frankfurt), la sede del MACBA (Barcelona), el Getty Center (Los Ángeles) o el Museo del Ara Pacis (Roma) destacan con la racionalidad formal y el resplandeciente blanco que caracterizan inconfundiblemente el estilo de este arquitecto. Una arquitectura a la que si bien se le pudo reprochar en algún momento un cierto exceso de neutralidad y cierta falta de riesgo merece, retrospectivamente -y a la luz de las consecuencias de excesos de estilo gratuitos por mor de «lo icónico» que han perseguido colegas tan próximos a Meier como Eisenman-, el reconocimiento de no haber perdido por completo de vista el deber de un compromiso con unos principios de calidad arquitectónica.
A obras esenciales en su trayectoria como la Casa Douglas , la sede de Canal + (París), el Ayuntamiento de la Haya, los palacios de justicia de Islip y Phoenix, la Iglesia del Jubileo en Roma. Entre sus más recientes obras, en oposición a proyectos como la Torre Rotschild (Tel Aviv) o un club privado (Schenzen), que aparecen quizá como débiles concesiones al pedido de un edificio de «marca Meier», destacan otras de notable corrección como el Centro Italcementi (Bérgamo) y el Tribunal de la Ciudad Verde (Praga) como muestras de la trayectoria de una arquitectura que su autor escogió construir en blanco, por ser síntesis de todos los colores y porque permite expresar con plena claridad la esencia de un edificio.
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