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LLUVIA ÁCIDA

Dandismo

Ignoro si con el dandi ocurre como con su término, que está condenado a no encajar y a extinguirse

David Gistau

Como si se tratara de parientes, Francisco Umbral tenía colocados cerca de la mesa camilla en la que lo mismo escribía que merendaba membrillo los retratos de Ruano y Baudelaire. Era fácil detectar en ellos la inspiración del personaje que Umbral creó para llevarlo puesto, el del dandi más o menos solitario, desdeñoso y extraviado en el «spleen». Hasta una gata la convertía en complemento de vestuario. Cuando algún escritor joven le interesaba, Umbral siempre se empeñaba en llamarlo dandi, aunque fuera por ahí vestido con la camiseta del Borussia Dortmund, como si esa actitud, que según él no podía consistir sólo en sastrería, distinguiera la única posibilidad verdadera de reconocerlo como una criatura de su misma especie, la de los evadidos de la uniformidad, los desclasados con la dicha mutilada. Aparte de Umbral, apenas he conocido dandis auténticos. Tal vez los hermanos Berlanga, y Hughes, si se compra un sombrero de fieltro y deja de usar trenkas y jerséis alpinos. Mis dandis favoritos siempre fueron David Bowie, sobre todo cuando fue Ziggy Stardust en el glam, y Arthur Cravan, sobrino de Wilde y autor de esa deliciosa locura que era la revista «Maintenant», porque boxeaba en el peso pesado y porque supo morir cuando remó mar adentro y nada más se supo.

En su libro «Palabras moribundas», Álex Grijelmo y Pilar Mouton han incluido dandi entre los vocablos prácticamente desaparecidos en el uso cotidiano. En estos detalles se nota que ya no está Umbral para influir en cómo hablamos, casi extinguidos también sus neologismos. La palabra conserva su vigencia literaria, como me ha confirmado Luis Alberto de Cuenca, con su «allure» de club victoriano, así que entiendo que estos centinelas del lenguaje se refieren a que en el vagón del Metro ya no se oye decir dandi. En las crónicas sociales ha ido cuajando «It Boy», que tengo que preguntarle al Guardián de la revista Elle en qué consiste exactamente, pero me suena a gente que frecuenta Starbucks sin un ápice de ese malditismo por el que hasta Drácula es un dandi a lo Dorian Gray cuando se instala en Londres, bebe absenta y se entrega a apetitos decadentes y a los cultos de formas siniestras de belleza.

Ignoro si con el dandi ocurre como con su término, que está condenado a no encajar y a extinguirse. En realidad, le han sido usurpados algunos de los atributos que empiezan donde termina la sastrería. En nuestra época, el desencanto ya no es un esnobismo ni una actitud singular, sino una pulsión popular que la militancia y la ideología han privado de liviandades bohemias. El desencantado predominante es hoy una persona con una camiseta vindicativa que milita en una marea y que se ha propuesto tomar el parlamento. Hasta los escritores jóvenes intuyen que es a eso a lo que han de pertenecer, y cambian el dandismo por el quincemayismo, que es vocablo pujante.

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