LLUVIA ÁCIDA
Luz de domingo
Rajoy dejó a los convocantes llenos de dudas acerca de contra quién van a manifestarse
HAY una tristeza errática en la idea de manifestarse sin saber muy bien contra quién. Es como exigir explicaciones a un fenómeno meteorológico. Éste parece ser el problema de la convocatoria del domingo. Por más que las víctimas vayan a sentirse arropadas las unas por las otras, por más que puedan hacer de contrapeso moral a la sonrisa de los excarcelados, no acaba de concretarse el ser físico o institucional sobre el cual volcar la ira. Sería impropio de asociaciones integradas en el sistema democrático hacerlo sobre un tribunal internacional de derechos humanos. Tampoco sirven los magistrados españoles que ejecutan ese fallo, más allá de la premura, porque no les queda más remedio. Zapatero está demasiado diluido en su propia inanidad y en las prisas que hubo por olvidarlo como para darle categoría de personaje vigente, desencadenante todavía de los acontecimientos. Protestar contra el código penal de 1973, o contra Felipe González por no haberlo cambiado, sería aún más anacrónico y estéril. Así las cosas, los únicos candidatos contra los cuales manifestarse de que disponemos son el gobierno y su partido político. Y sin embargo...
Imaginemos que la reacción de Rajoy hubiera quedado limitada a la insensible y boba frase de «Llueve mucho». Esto habría potenciado las conjeturas acerca de una desgana del Estado en Estrasburgo, tribunal que vendría a resolverle sin desgaste propio una parte del problema de los presos, y del pavor del gobierno a arruinar los avances del «proceso» de Zapatero, que ya habría sido insinuado con concesiones como la de Bolinaga. El domingo podría haberse producido la ruptura definitiva, de la que Rajoy habría salido retratado como un intrigante sin escrúpulos que, mientras le convino para hacer oposición, se apropió de las víctimas, pero que las engañó en cuanto comprendió, llegado a Moncloa, que Zapatero había dejado tantos hechos consumados que no era posible volver atrás. No sin arriesgarse a quedar como el presidente con el que regresó la violencia.
Sin embargo, Rajoy actuó bien después de la cagada del «Llueve mucho». Se reunió con representantes de víctimas a las que dio explicaciones convincentes. Hizo contra el fallo declaraciones tan contundentes, que incluso un periodista extranjero le confesó su extrañeza de que un jefe de gobierno de la UE se refiriera en un tono de tanto antagonismo a una magistratura de derechos humanos. Rajoy dejó a los convocantes llenos de dudas acerca de contra quién van a manifestarse. Por añadidura, desactivó en parte el peligro político que podía surgirle este domingo, muy costoso en términos morales, pues el repudio de las víctimas es lo único que le falta al PP para que parezca que en el poder desertó de todo cuanto antaño consideraba un principio vertebral.
Bastan algunas prospecciones en el ambiente para intuir que sobre la manifestación gravitará una indignación que podría derivar espontáneamente contra Rajoy. Al menos, en algunas asociaciones. Se daría entonces la paradoja de que enviados del oficialismo de Génova quedaran atrapados en una manifestación anti-gubermanental. Otra posibilidad es que las víctimas hagan un uso selectivo del enfado y diferencien entre militantes flojos o auténticos del PP, como si ya hubiera habido una escisión entre marianistas y aznaristas. En el PP vasco, esto ahondaría la distinción entre los que están y los que estuvieron que ya caracterizó la visita de Aznar a San Sebastián, con notables ausencias pop.
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