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Sudán del Sur se enfrenta a su tercer aniversario con poco o nada que celebrar

Desde diciembre, un conflicto político echa sal a las históricas heridas del país africano, el más joven del mundo

Sudán del Sur se enfrenta a su tercer aniversario con poco o nada que celebrar e. s. molano

EDUARDO S. MOLANO

El 9 de enero de 2011, las palabras de Hassan Chejio se entremezclaban con sueños de futuro: «Es un día histórico tras décadas de expolio por parte del norte» .

Esa mañana, Chejio charlaba con quien suscribe en las calles de la capital de Sudán del Sur, Juba, mientras su patria celebraba el referéndum para la independencia de su vecino norteño. Entonces, el sursudanés decidió vestir su mejor traje y corbata para acudir a votar. Finalmente, el plebiscito sería respaldado por el 99% de la población y solo seis meses después, el 9 de julio, se produciría la declaración oficial. Tiempos históricos que desembocarían en la generación del Estado más joven del mundo.

Ahora, sin embargo, tres años después, cuando Sudán del Sur cumple el aniversario de su libertad, poco o nada hay que celebrar para Chejio. «Estoy pensando en marcharme. Quizá a Kenia o Uganda. Aquí ya solo quedan viejas rencillas políticas. Hemos vuelto a los años de la guerra», asegura a este diario en conversación telefónica desde la capital de Sudán del Sur .

Como Chejio, lo cierto, es que pocos sursudaneses cuentan con energías para querer soplar las velas.

Desde finales del pasado año, una crisis abierta entre simpatizantes del exvicepresidente de Sudán del Sur Riek Machar (depuesto de su cargo en julio) y el presidente del país africano, Salva Kiir, amenaza con reabrir las heridas tribales en la nación más joven del mundo.

El enfrentamiento tiene su origen en las acusaciones de Kiir (dinka) sobre su histórico rival político Machar (nuer) de planear la toma del poder por la fuerza, lo que degeneró en un conflicto inter-étnico en ciertas regiones del país. Más de 500.000 personas han sido desplazadas de sus hogares desde entonces.

Ya a finales de mayo, las agencias humanitarias y el Gobierno del país africano advertían que la región se enfrentaba a la la «peor hambruna conocida hasta la fecha», similar a la que a mediados de los ochenta se cobró más de 400.000 vidas en Etiopía.

Pese a que entonces se acordó la concesión de una ayuda de más de 600 millones de dólares, la situación no ha cambiado mucho desde entonces.

En este sentido, Naciones Unidas asegura 4,9 millones de personas requieren asistencia alimentaria. El pasado 15 de diciembre, fecha del comienzo del más reciente conflicto, era solo un millón, según Toby Lanzer, coordinador humanitario de la ONU en el país africano.

Conflicto de intereses

«En realidad no es una guerra tribal. Es una guerra política y económica, que quieren convertir en tribal», aseguraba recientemente a este diario Emmanuel Jal, uno de los músicos más reconocidos de Sudán del Sur y, como Deng, antiguo niño soldado.

Precisamente, durante la guerra civil entre Sudán del Norte y el Sur (entonces un solo país), Jal fue rescatado por Emma McCune, activista estadounidense casada con uno de los comandantes del SPLA, nada menos que el exvicepresidente Riek Machar. El joven sursudanés tenía solo once años.

Jal es nuer. Mientras que el presidente Kiir es dinka. Dos etnias utilizadas como excusa para lograr el poder. Y las matanzas se prodigan en su nombre.

Human Rights Watch documenta cómo en la noche del 15 de diciembre las fuerzas del orden detuvieron en Juba, la capital, a cientos de hombres nuer y los condujeron a una dependencia policial del barrio de Gudele. Al día siguiente, según testigos presenciales, hombres armados comenzaron a disparar de manera sistemática a través de las ventanas del edificio y mataron a entre 200 y 300 personas.

Tensiones con el norte

No es la única crisis abierta. Hasta su independencia en julio de 2011, el 98% del presupuesto de Sudán del Sur se basaba en la extracción de crudo. No obstante, y pese a encontrarse casi el 75% de las reservas en territorio sursudanés, los acuerdos de paz de 2005 estipulaban que ambas regiones se dividieran los ingresos del petróleo a partes iguales. En este sentido, la ventaja del norte es evidente, al servir de única ruta de exportación hacia el Mar Rojo del crudo que produce su vecino. Precisamente, en los últimos tiempos y para paliar este «hurto», el Gobierno sureño de Juba se ha embarcado en la construcción de tres refinerías y un oleoducto a través de Kenia que eviten el territorio musulmán.

Mientras, los desencuentros entre ambos países se prolongan. En enero de 2012, Sudán del Sur anunciaba que interrumpía sus extracciones en respuesta al «expolio gratuito» por parte de norte. Pese a ello, un año después, ambos países retomaban relaciones e, incluso, se comprometían a establecer una zona de exclusión a lo largo de su frontera tras décadas de conflicto.

Nada parece haberse cumplido. Sobre todo, porque el conflicto se encuentra sostenido, en gran medida, por la confusión internacional que recae sobre las fronteras reales de la región de Heglig, enclave vital en las disputas económicas entre ambos actores (de esta zona, el norte obtiene la mitad de su producción diaria de crudo, 115.000 barriles).

La razón es simple: desde la última demarcación oficial de sus fronteras, en 1956, Sudán -del norte- se ha negado siempre a negociar los territorios en conflicto con el sur, ya sea dentro de un tribunal de arbitraje de Naciones Unidas o a través de contactos de alto nivel político.

La carta de Abyei

Más intrincado, no obstante, resulta la suerte de la reina de esta partida: el conflicto de Abyei.

En virtud de los acuerdo de paz de 2005, esta región cuenta con un estatus administrativo especial, regido por un gobierno compuesto por fuerzas del sureño Ejército de Liberación Popular de Sudán, así como por oficiales pertenecientes al Partido del Congreso Nacional, liderado por el presidente Bashir.

Por ello, la delimitación de Abyei ha demostrado ser, hasta hora, la cuestión más complicada de resolver. Más aún que la determinación del resto de la frontera Norte-Sur o la división de los ingresos petroleros.

Entretanto, Hassan Chejio todavía recuerda con emoción sus sueños de 2011.

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