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«En Cuba no habrá una primavera árabe sino una transición a la cubana»

Los editores de «Espacio Laical» creen que los derechos humanos deben figurar en la agenda, pero no condicionar el diálogo

«En Cuba no habrá una primavera árabe sino una transición a la cubana» isabel permuy

carmen muñoz

El futuro, como el presente de la última dictadura del hemisferio occidental, «será a la cubana». Los editores de la revista «Espacio Laical» , del Arzobispado de La Habana, aseguran que en Cuba «no habrá una primavera árabe sino una transición a la cubana que no se va a parecer a lo ocurrido en ninguna parte del mundo». Roberto Veiga y Lenier González, editor y vice-editor respectivamente de la publicación trimestral, afirman que la «creciente» sociedad civil y «todos los cubanos en general tenemos el desafío» de participar en este proceso de forma «creativa» y «pasar de la dinámica de la confrontación a la de la concordia».

En el contexto del traspaso de poder de Fidel a Raúl Castro, cuando el régimen cubano abría un proceso de reformas ahora «lento y confuso pero que no tiene marcha atrás» , surgió esta revista que «intenta dar espacio a la pluralidad y que ésta se relacione de forma positiva». En «Espacio Laical», fundada en 2005 a iniciativa del cardenal Jaime Ortega, tiene cabida «toda la nación cubana, de la isla y de la diáspora». Carmelo Mesa-Lago, Arturo López-Levy o Carlos Saladrigas han colaborado en algún momento con sus artículos o conferencias. Como la mayoría de los cubanos, Veiga (abogado) y González (comunicador social), no tienen acceso a internet. Durante su visita a España, este miércoles presentan la revista en el Real Instituto Elcano y el próximo viernes tienen previsto reunirse con el secretario de Estado de Cooperación Internacional y para Iberoamérica, Jesús Gracia.

«No ha dado resultado la estrategia de la mano dura»Tanto Veiga como González advierten, durante una entrevista con ABC, de que los países no deben erigirse en «jueces»: «La política hacia Cuba no debe basarse en el enfrentamiento con el Gobierno y en intentar derrocarlo. No ha dado resultado la estrategia de la mano dura ni la de la mano suave, sino la de acompañar a los cubanos como amigos a salir de la crisis». Los editores subrayan que la «institucionalidad debe ser reformada por los cubanos de dentro y fuera de la isla, lo que no quiere decir que los demás países no opinen, aconsejen o critiquen, pero deben hacerlo como amigos de todos los cubanos».

Entre las críticas, Veiga y González incluyen las relativas a los derechos humanos, una cuestión clave para los disidentes anticastristas y los países occidentales. Los derechos humanos pueden aparecer en la agenda de las relaciones con Cuba, pero puntualizan que «ningún asunto debe condicionar el desarrollo de los demás». En este sentido, creen que en su país existen derechos «plenamente garantizados», otros «un poco lesionados» por la crisis económica... y otros «limitados por las circunstancias políticas que vive la isla», entre los que mencionan el derecho a expresarse, manifestarse o asociarse. «En medio de la confrontación, hay que buscar la manera de ensanchar esos derechos, a lo que está contribuyendo nuestra revista», apuntan.

Papel de la Iglesia

La Iglesia católica cubana tuvo un papel clave en el diálogo con las autoridades de La Habana para excarcelar a los prisioneros de conciencia de la Primavera Negra en 2010. En Cuba existen un 2% de católicos practicantes entre una población de más de once millones de habitantes, de los que un 70 por ciento están bautizados. Veiga y González sostienen que la Iglesia juega un papel «en el presente y lo hará en el futuro, en la medida en que continúe siendo un instrumento de diálogo al servicio de la nación cubana, que ayude a despolarizar el campo político».

En el «fuego cruzado» en el que señalan que viven ellos mismos, achacan las críticas a la Iglesia católica cubana a esa «polarización». Los «duros» de la oposición tachan a la institución de «colaboracionista» con la dictadura, mientras que los «duros» del régimen la consideran «subversiva». El «gran pecado» de Cuba como nación es que «se ha intentado imponer un proyecto que excluye a los demás». El «gran cambio», concluyen, es lograr «un marco en el que todos los proyectos puedan compartir el país y construir juntos un futuro sin nuevos vencidos donde quepan todos». Roberto Veiga y Lenier González incluyen al régimen: «El Gobierno es y será un actor clave en el presente y futuro de Cuba, y tiene el desafío de moverse de una posición de parte del conflicto a otra de garante de la diversidad».

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