Han pasado ya diez años desde que el boom inmobiliario viviera su mayor apogeo en España. Familias y empresas invertían en un negocio del que parecía nadie saldría perjudicado y en el que todo eran ventajas. Los expertos aseguraban que el precio del ladrillo nunca perdería su valor y una cosa llevó a la otra. Los pisos se vendían incluso antes de estar terminados y las grúas se convirtieron en un elemento más del paisaje. Ciudades enteras se levantaron en páramos que hoy en día, están casi desiertos. Este escenario tan conocido en nuestro país no es un caso aislado. Nuestra Seseña, Illescas, Valdeluz o Costa Miño Golf tienen su reflejo internacional en ciudades de Irlanda, China o Angola.
Adamstown en Irlanda
El caso irlandés es el más parecido al español. A finales de la década de los noventa en plena burbuja inmobiliaria se construyeron o planificaron ciudades enteras con bloques de edificios que con la crisis se han quedado prácticamente vacíos. La ciudad de Adamstown, es el reflejo de la ascensión y caída de la sociedad irlandesa. Con la bonanza económica, el país había experimentado un aumento de negocios y población al que había que cuidar en una ciudad con todos los servicios a menos de 15 minutos de Dublín.
Lo que antes costaba cerca de 600.000 euros se vende por 300.000
En la actualidad, poco más de 1.200 viviendas están habitadas y solo se construyó el 10% de lo planificado. Las calles están desiertas y los letreros de «Se vende» adornan los paneles de los anuncios y las ventanas de muchos pisos. La oferta parece tentadora, lo que antes costaba cerca de 600.000 euros se vende por 300.000. Aún así no hay compradores y los solares están vacíos a la espera de promotores y constructores. Lejos quedan las cerca de cincuenta tiendas, restaurantes o cines prometidos. Hoy por hoy se conforman con un supermercado, un bar y una peluquería. Eso sí, los más pequeños tienen guardería y colegio y mucho sitio donde jugar cuando salen de clase.
Kilamba, en África
Otro caso de ciudad fantasma lo encontramos en África. A 30 kilómetros de la capital de Angola, Luanda, se levanta Kilamba una enorme y moderna ciudad prácticamente deshabitada porque la mayoría de la población no tiene los medios económicos para adquirir las viviendas.
Así y todo, se han levantado en solo tres años 750 edificios de ocho pisos, escuelas y locales comerciales con un coste cercano a los 3.000 millones de euros. El proyecto, solicitado a la empresa estatal China International Trust y el Investment Corporation, pretende albergar a medio millón de personas en sus cerca de 5.000 hectáreas. El comprar una vivienda en esta lujosa ciudad resulta tentador para muchos angoleños pero el precio de los pisos entre 90.000 y 180.000 euros no está al alcance de muchos ya que dos tercios de la población vive con menos de 2 euros diario y no tiene acceso a una hipoteca.
Pasear por las calles de Kilamba es como hacerlo por una ciudad casi desierta. Apenas circulan coches, no hay tiendas a las que acudir y los pocos comercios abiertos son de servicios públicos. Tan solo un supermercado recuerda que ahí viven personas, las que ocupan los dos centenares de pisos vendidos.
Chenggong, en China
El fenómeno chino es, en parte, distinto a los anteriores. El gobierno ha mandado levantar ciudades enteras en el interior del país como fórmula para dar trabajo a centenares de ciudadanos y mantener el crecimiento de la economía. Las consecuencias son enormes ciudades donde se levantan edificios de más de diez plantas que se alzan a lo largo de interminables avenidas. Hay centros comerciales vacíos, universidades sin alumnos e incluso museos que esperan recibir visitantes. Ordos, en el desierto, al suroeste de Mongolia Interior, o Chenggong a pocos kilómetros de Kunming, capital de la provincia de Yunnan, son algunos de estos ejemplos. En esta última ciudad hay unas 100.000 casas sin habitar y es la mayor representante de las ciudades fantasmas de Asia.
En toda China se calcula que hay 64 millones de viviendas desocupadas y la escalada de precios está formando una burbuja inmobiliaria similar a la española con valores inaccesibles para la mayoría de los ciudadanos un hecho que preocupa a las propias autoridades chinas que mantienen la esperanza de que millones de personas abandonen el campo para instalarse en ellas pese a estar lejos de centros de interés y en muchas ocasiones mal comunicadas.