Miguel Morayta: Un olvido de cine
En «35 películas de Miguel Morayta», su descubridor, Domingo Ruiz nos presenta a un cineasta que sólo pretende divertir y divertirse

ACABA DE CUMPLIR DOS AÑOS. Acumulados a un siglo, naturalmente. Sigue lúcido y comunicativo en México DF, donde ha pasado las últimas seis décadas. Casado, dos hijos, Miguel Morayta (Villahermosa, 1907) uno de los máximos exponentes de la edad de oro del cine hispanoamericano, con más de 80 películas a sus espaldas, recordaba recientemente a la agencia EFE que «a mí me han pasado cosas en la vida que… (se ríe), yo soy de otro planeta, yo no soy de aquí•, Y en efecto; su vida ha sido de cine».
El investigador Domingo Ruiz es el manchego que mejor le conoce. Y quien más le ha tratado. Le ha visitado y retratado en multitud de ocasiones. La última, hace tres semanas para entregarle el primer ejemplar de «Carteles de 35 películas de MM». La cartelería de su vasta obra es digna de una magna exposición retrospectiva nacional. Los grandes cartelista exiliados como los hermanos Joseph y Antonio Renau o José Espert promocionaron sus películas, de las que de la mayoría, es no sólo el director sino además, el guionista y el productor. Toda una vida entregada en cuerpo y alma al cine.
SOBRINO DE FRANCO. Ruiz comenta a ABC que «es un hombre que no siente la nostalgia, ni quiere volver». Ya regresó en dos ocasiones a España y en la primera, se negó a asistir a una recepción en El Pardo, porque Miguel Morayta, pocos lo saben, era sobrino segundo del general Francisco Franco. El anterior jefe del Estado era primo de su madre. Quizás este parentesco es lo que más haya perjudicado su carrera en España; primero porque los falangistas le consideraban un republicano y en segundo lugar porque los expertos de la Filmoteca Nacional no le valoraron ni su talento ni su creatividad unidos indisolublemente a su independencia. Miguel Morayta nunca fue un director militante republicano. Sus películas son mero arte para el divertimento, para el consumo popular. El es un pionero del cine en color donde las películas duraban apenas tres semanas en cartel. De ahí lo prolífico de su obra. Como guionista, la mayor parte de los títulos son hallazgos de genio. Cuatro o cinco palabras para contar una historia que le podía pasar a cualquiera.
Las hemerotecas y filmotecas del Nuevo Continente vinculan su obra a las de los grandes directores y actrices de su época como Emilio «el indio» Fernández, Dolores del Río y María Félix. También dirigió a una Carmen Sevilla ingenua y encantadora en «La guerrillera de Villa» (1969) que sustituyó por problemas contractuales a su paisana Sara Montiel con Vicente Parra como galán. «He trabajado en toda América, no creo que no haya un país en el que no haya filmado; ha sido una aventura fascinante».
Los que defienden la memoria histórica han dejado en la «desmemoria» a este hombre del cine que llegó allí por casualidad. Miguel Morayta era un militar de carrera cuando estalló la guerra fratricida y luchó en el bando republicano. Fue condecorado en varias ocasiones. Como teniente general, artillero del ejército de Cataluña, defendió la legalidad. Y en Barcelona resistió cubriendo la retirada de exilados por la frontera francesa, cuando Yagüe entró victorioso en Barcelona. Tras el conflicto pasó mil y una aventuras en Francia y África hasta llegar en 1941 a Veracruz en un trasatlántico portugués. «No hay bando republicano, no hay más que gente que se subleva y gente que no (...), me pareció una locura de los compañeros», diría años después, mirando hacia atrás sin ira.
Con una mente despierta para su edad, Miguel Morayta recordaba que «en un campo de concentración de la Francia ocupada, una vieja amistad con un fotógrafo alemán a raíz de su afición mutua por el cine le salvó la vida, ya que su amigo era entonces comandante de la Gestapo y le libró de morir fusilado». Al llegar a México los recibió el Gobierno del presidente Cárdenas, les dio 300 pesos (unos 20 euros de hoy) y «a la calle, a buscarse la vida», recuerda con humor este ilustre escritor manchego. Él se resistió a trabajar como sus compañeros en una fábrica. «Yo al cine, dije». Y ahí empezó su odisea. Ochenta y cinco películas dirigidas y una veintena más como guionista. Domingo Ruiz, considera que es «el último romántico del séptimo arte, su oficio es hacer películas divertidas».
EL ÚLTIMO ARTESANO. Si el tratamiento de los historiadores ha sido injusto y desigual, el de la consideración de los políticos nacionales, regionales y locales no se ha quedado atrás: han preferido el olvido. Todos tenemos una gran deuda pendiente con su memoria tras un olvido de cine. Hace poco tiempo ha sido catalogada en la Filmoteca Nacional (pero no rehabilitada para crítica y público) su película «Las aventuras de Cucurrante y Pinocho» (1942), realizada con refugiados españoles, que duerme en alguna estantería el sueño de los justos.
A pesar del interés y de la sensibilidad mostrada hacia su persona y obra por el presidente de la Junta de Comunidades, el doctor ciudarrealense José María Barreda, la delegación de responsabilidades en los niveles inferiores de la administración autonómica, provincial y local, no han dado fruto alguno. Este segundo libro sobre sus carteles inolvidables del maestro Morayta casi circula de forma clandestina…
PASO A PASO. Miguel Morayta –el oficial artillero más joven que tuvo el ejército español- aprovecha la disciplina para llevar una vida normal: hace poco sufrió un accidente, resbaló y se rompió la cadera. Ahora, ese espíritu castrense le mantiene con ganas de seguir la recuperación paso a paso, para seguir haciendo la compra y subir a su casa, en un tercer piso. «A esta edad, si deja usted las cosas y se sienta, se muere». Morayta sigue acudiendo puntual cada sábado a las 6, «como terapia», a un local de hostelería a charlar con compañeros de la profesión. Cree sin embargo, ya no se hace cine en México. «No es cine lo que se hace ahora, no tienen elementos, no pueden hacerlo, es otra cosa, nosotros éramos los números uno». Sin duda.
Domingo Ruiz, su descubridor, cree que este manchego universal necesita un homenaje nacional o al menos un reconocimiento castellanomanchego porque estamos ante el último artesano del cine hispanoamericano. Conocemos su obra pero alguien tiene que escribir también la historia de su vida, una biografía centenaria que es la historia más apasionante y cruel de nuestras propias vidas. Con ciento dos años, el tiempo, juega a la contra. Y no es que no es pase el tiempo, es que pasamos nosotros… Pase lo que pase, su obra permanecerá en el recuerdo. n
DE CASTA
Nuestro cineasta más longevo, prolífico y olvidado nació casi por casualidad en Villahermosa (Ciudad Real) donde su padre, Francisco, ejerció de médico. Un buen hombre que llegó a ser diputado a Cortes y presidente de la Diputación Provincial. Miguel heredó de su abuelo paterno no solo el nombre y el apellido sino su gran vocación polemista y republicana. Miguel Morayta Sagrario (1834-1917) fue un ideólogo republicano federal iberista, anticlerical infatigable y adalid de masones, cómplice del secesionismo filipino, periodista y catedrático de Historia en la Universidad Central, donde utilizó la cátedra como un púlpito para defender y difundir sus ideas contra el sistema monárquico.
Compañero de estudios de Emilio Castelar (1832) y de Francisco Canalejas (1834), de quien se convirtió en cuñado al casarse éste con su hermana Rafaela. Los tres fundaron en 1851, siendo estudiantes muy jóvenes, El eco universitario. Sus polémicas salpicaron a todos los intelectuales de la época desde Pi y Margall, a Salmerón, sin importarle las consecuencias. Autor de más de veinte libros ha sido considerado el representante del ala más izquierdista del krausismo en España. Como anécdota, decir que el 2 de octubre de 1944 el Tribunal Especial de la Represión de la Masonería y el Comunismo inició contra Miguel Morayta Sagrario el sumario 798-44 por delito de masonería que fue sobreseído al año siguiente por fallecimiento certificado en 1917.
AL RESCATE DE LA MEMORIA. Domingo Ruiz es licenciado en Imagen por la Universidad Complutense. En sus ratos libres como funcionario de la UCLM investigando en la Filmoteca nacional, descubrió al manchego Miguel Morayta. Viajó en su busca a Méjico y con dos libros de su filmografía (el primero dedicado a las fotografías de los rodajes) ha querido pagar parte de la deuda histórica que el cine español tiene con este hombre que durante más de medio siglo se codeó con los monstruos sagrados del cine hispanoamericano. «35 películas de Miguel Morayta» es un recorrido por la obra de un genio que sufrió el destierro tras la guerra y el asesinato civil del olvido por los franquistas y postranquistas que nunca admitieron ni su independencia creativa ni su talento narrativo. El libro que aparece esta semana en las librerías está editado por El gran turbinax, Ciudad Real, 2009, 62 Euros. Más información en www.librosdefotografia.com
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