EL APAGÓN ITALIANO
ITALIA se fue a negro durante medio día; aunque la causa primera parece que estaba en Suiza y que era imprevisible, lo que falló fue el conjunto del sistema de interconexión y transporte que traslada energía eléctrica de unos a otros mercados, y que fue incapaz de superar y neutralizar un accidente imprevisto. Queda en evidencia la fortaleza y la fragilidad de un complejo y admirable sistema para repartir la energía que hace posible el progreso a costes asumibles. El apagón italiano no es nuevo: sucede a los más recientes y espectaculares en la costa Este norteamericana, en Inglaterra, en Suecia y Dinamarca o en las Baleares, aunque no todos obedecen a un mismo patrón. Todos países ricos y avanzados, capaces de exportar su comprobada tecnología.
No hay que buscar la causa final del fallo en el modelo empresarial, en el carácter público o privado del prestador del servicio, en el rigor del interventor o regulador del sistema. La producción y distribución de energía eléctrica no se improvisa, es fruto de inversiones acertadas, oportunas y continuadas a la largo de décadas. Tanto las unidades de producción como las redes de distribución requieren plazos de amortización entre un tercio y medio siglo; los retrasos o aplazamientos de un momento se perciben años después; evitar fracasos espectaculares no es cuestión de voluntad o decisión inmediata. Más aún, fracasos de este tipo se producen por acumulación de circunstancias azarosas. Pero lo que parece indudable es que los sistemas que han atendido a tiempo las inversiones y que funcionan eficientemente tienen más posibilidades de solventar los fallos que eviten llegar a un fracaso como el registrado en Italia.
La interconexión entre los distintos sistemas nacionales y dentro de ellos mismos permite optimizar la producción, ponerla a disposición de quien la requiere; pero introduce debilidad global al conjunto: el fracaso en una parte provoca un efecto dominó en toda la red si no se actúa a tiempo.
Europa pretende construir un sistema conectado en todo el continente en pro de la eficiencia y de los menores costes económicos y ambientales. Pero para dar respuesta a los clientes y garantizar el suministro con calidad y seguridad hay que homogeneizar la oferta, invertir en tiempo y forma, compartir soluciones y problemas entre los distintos actores del sector, entender que se trata de un servicio público esencial que cuando fracasa paraliza a los demás sectores. Por eso habrá que reforzar las condiciones de seguridad y eficiencia; los fracasos tienen costes mucho más altos que las medidas preventivas.
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