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ABC Cultural

Otra rebelión en La Granja

Se abre el telón y aparecen dos burgueses británicos en los jardines de un palacio de la monarquía ilustrada del siglo XVIII, bajo una enorme pantalla en la que se proyecta uno de los monumentos

Neil Tennant se dispone a cortar con un plato un cochinillo en «Cándido»

Se abre el telón y aparecen dos burgueses británicos en los jardines de un palacio de la monarquía ilustrada del siglo XVIII, bajo una enorme pantalla en la que se proyecta uno de los monumentos cinematográficos del arte soviético de entreguerras. Ochenta años después de su estreno, la película, muda, todavía deja con la boca abierta a los miles de curiosos y aficionados que, venidos de aquí y allá, presencian una de las más singulares funciones de cine de verano jamás programadas: los Pet Shop Boys interpretan en La Granja, junto a la Orquesta Sinfónica de Dresde, la banda sonora que hace dos años crearon para subrayar la épica callada de «El acorazado Potemkin», cotizado espectáculo de minorías que los autores de «Being Boring» protagonizan muy de vez en cuando y, exclusivamente, ante fachadas con encanto.

El próximo martes, los Pet Shop Boys repasan su catálogo de éxitos y presentan su último álbum, «Fundamental», en Vigo, y a mediados de agosto encabezan el cartel del Creamfields Andalucía, hasta cuyas carpas sintéticas trasladarán su compañía de bailarines y sus baúles, esta temporada llenos de sombreros, pero la gira se detiene en Segovia durante unos cuantos días. La ciudad castellana se ha hecho con la exclusiva española de su «Potemkin», por el que pujaban varias capitales. ¿Dinero? En la Junta de Castilla y León prefieren hablar de seducción: a Neil Tennant y Chris Lowe, dicen, les ha fascinado La Granja, motivo escénico que ha determinado el desenlace de una subasta a cara de perro y de arte más o menos contemporáneo.

Al olor del cochinillo

También se han dejado llevar los Pet Shop Boys por el olor del ceremonioso cochinillo de Cándido, que ayer, a pocas horas del estreno, probaron -dos piezas se ventilaron, con abundante vino de la tierra- en el célebre mesón segoviano. Tras el almuerzo, y de postre, Tennant y Lowe tuvieron tiempo de enfrentarse con la prensa rosa, que a través de un infame programa de la Cuatro se encargó de darles a probar otro de los productos señeros del folclore nacional: la impertinencia. Los músicos se quedan en Segovia hasta mañana, pero se van bien servidos.

Aseguran los Pet Shop Boys que su «Potemkin», enésima partitura para una película cuyo director, Sergei Eisenstein, quiso escuchar cada década con una música nueva, parte de la veneración que sienten y manifiestan hacia la obra maestra del realizador ruso. «Nuestra motivación es puramente plástica, ajena a cualquier compromiso ideológico. Siempre nos han seducido las vanguardias de comienzos del siglo XX, y en nuestros viajes a Rusia no hemos dejado de admirar la obra de los constructivistas, los suprematistas y los propagandistas soviéticos. Nunca hemos querido intervenir en política, un mundo que nos repele y al que tratamos de aproximarnos con ironía y sentido del humor», señala Tennant, vocalista y animador de un dúo que en «El acorazado Potemkin» participa como teclista anónimo: sólo se escucha su voz en dos canciones con letra, una de ellas, «After All», para remezclar tiempos y barricadas y reprocharle al Gobierno de Blair, sin que apenas se note, su papel en la guerra contra el terrorismo islamista. De Odesa a Bagdad.

Patrocinado e impulsado por el Instituto de Artes Contemporáneas británico, estrenado en la plaza de Trafalgar de Londres hace ahora dos años y luego editado por el sello de música clásica de EMI, el «Potemkin» de los Pet Shop Boys no es más que una adaptación sinfónica de las recurrentes e inagotables líneas argumentales que sostienen la obra del dúo inglés, traducidas con cierta exuberancia al lenguaje de los violines por Torsten Rash, escribano a sueldo de los patrones del tecno-pop en un encargo académico. Como anoche se pudo escuchar en La Granja, el dúo también sabe guardar las formas ante una orquesta tan seria como la Sinfónica de Dresde y seguir al pie de la letra una partitura que no pasa de ser el contrato, armonizado, con el que los Pet Shop Boys fichan a Eisenstein para su más soberbio video-clip. Telón.

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