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Galicia, una muerte por inanición... e inacción

José Antonio Cabadas Goncalves está ingresado en el penitenciario de A Lama acusado de un delito de homicidio por omisión. Es retraído e introvertido. En la sociedad del bienestar pesa sobre este

José Antonio Cabadas Goncalves está ingresado en el penitenciario de A Lama acusado de un delito de homicidio por omisión. Es retraído e introvertido. En la sociedad del bienestar pesa sobre este joven de 29 años, natural de Fornelos de Montes, un pequeño municipio de la provincia de Pontevedra, una terrible losa: su hijo, de dos años, murió de hambre la madrugada del pasado domingo, y su hija, Rebeca, de tres y medio, está ingresada con un grave cuadro de desnutrición. Aarón Cabadas Bienzobas pesaba en el momento de su fallecimiento solamente seis kilos, la mitad de lo que correspondería a un niño sano de su edad.

Su hermana presentaba la imagen típica de cualquier criatura de un país subdesarrollado. Con sus doce kilos, se enfrentó al examen que le realizaron los facultativos totalmente consciente, aunque no logró pronunciar ni una sola palabra. Parecía triste, asustada e impresionada. Mientras la pequeña estaba al cuidado de los pediatras, la madre, Felisa B. B., fue trasladada al ala psiquiátrica del hospital O Meixoeiro de Vigo en estado de shock y con una deshidratación muy severa. La muchacha, de 24 años, que llegó a pesar 110 kilos, apenas sobrepasa actualmente los cincuenta. Fue, pasados dos días, cuando experimentó una mejoría y consiguió entablar conversaciones con total normalidad.

Durante esos coloquios, relató a su padrino y a su tía su situación: «Reconozco que siempre estuve ciegamente enamorada de mi pareja, pero lo que está claro es que ahora, que voy despertando poco a poco a la realidad, no puedo verlo ni en pintura; yo no quería decir nada de lo que nos estaba ocurriendo por miedo a que me quitasen a mis criaturas, e incluso en los últimos meses dejé de ir a pedir por vergüenza, de manera que vivíamos con agua y unos restos de queso y chorizo que quedaban».

El episodio cobra tintes más dramáticos, si cabe, porque en Ponteareas, localidad donde residía esta familia, vivía una hermana de José Antonio, que, al parecer, le hacía entrega de bolsas de víveres que nunca llegaban a su destino. Pese a la precariedad, Felisa comentó que a su compañero «nunca le faltaba tabaco; según cuentan, robaba, se iba de los bares sin pagar y gastaba lo que tenía en las máquinas tragaperras». La muchacha negó rotundamente, como inicialmente se dijo, que su marido estuviese ausente durante la última semana porque se hallaba trabajando en la vendimia de Orense. «De eso nada, venía aquí frecuentemente para satisfacer sus deseos sexuales, la última vez poco tiempo antes del fatal desenlace».

La abuela materna, Ana María Bonilla, muy emocionada y con lágrimas en los ojos, pidió apoyo para llevarse a su hija y a su nieta a Navarra, donde está afincada, y dejó claro que sus parientes directos ignoraban este panorama de miseria, a pesar de hablar por teléfono con mucha frecuencia. Por esta razón, personalizó su rabia en todos aquellos que pudieron comprobar lo que pasaba y no lo denunciaron. «En fechas recientes, mi hija dijo a su marido que el niño estaba adelgazando, pero él contestó que no importaba. Es una vida que se ha ido por un descuido, y yo entiendo que juzguen a mi hija, pero que tengan en cuenta cómo está emocionalmente, porque ella actuó en condiciones extremas, sin comer ni beber, por eso sabe lo que ha pasado pero no se explica el cómo», comentó desolada.

Máxima cautela

El juzgado decano de Ponteareas, que dirige Ana María Gómez Bande, investiga con la máxima cautela a fin de evitar que la excesiva publicidad del caso pueda entorpecer la instrucción. No será, previsiblemente, hasta la próxima semana cuando se tome declaración a Felisa B. B., inicialmente imputada sin concreción de cargos. Todavía no han llegado los informes psicológicos de la mujer.

La pregunta que colea en el aire, es la siguiente: ¿Qué ha fallado en pleno siglo XXI para que se truncase la vida de un niño por algo tan increíble como la falta de alimentos? El número dos de la Xunta, Anxo Quintana, reconoció que se trató de un fallo colectivo. «Todos somos parte de la sociedad, y quizás tengamos que esforzarnos por construirla mejor, porque en esta ocasión no funcionaron los mecanismos oficiales (los niños no estaban escolarizados ni acudían a revisiones médicas) ni los no oficiales (los vecinos poco o nada sabían de esta familia reclutada en su hogar y sin relaciones). Cuando en un núcleo familiar se actúa de una determinada manera y no hay posibilidad de utilizar otros entornos para establecer detecciones precoces, y cuando no hay una interlocución social porque existe cierto grado de reclusión, pasa esto», explicó.

La niña superviviente está ahora mismo bajo la tutela de la Vicepresidencia. No obstante, desde la asociación Arela Iniciativas de Apoyo a la Infancia, radicada en Vigo, creen que todo amparo llega con demora. «Galicia tiene que estar de luto por la muerte de este niño, porque pereció sin que nuestros oídos lo escuchasen, ni tampoco los de aquellos que deberían haberlo detectado». El Colegio de Educadores Sociales de Galicia, el Colectivo Gallego del Menor, la Asociación Gallega de Centros y la Fundación Secretariado Gitano denuncian en voz alta la «invisibilidad» de la infancia y adolescencia en los compromisos y actuaciones de los responsables políticos gallegos.

El Código Penal es muy estricto con una conducta tan grave como dejar morir de hambre a un niño. Se trata de un comportamiento especialmente espinoso, dado que los progenitores, en su posición de garantes, deben velar por el cuidado de sus hijos. Los trabajadores de los servicios sociales de los ayuntamientos son los que, normalmente, conocen de primera mano estos casos. «Pero si se dan coyunturas como ésta, de una familia que vive aislada, entonces la red de apoyo es débil», admiten.

De hecho, el presidente de la Federación Gallega de Municipios y Provincias (Fegamp), Xosé Crespo, puntualiza que «aunque son de calidad y funcionan, no son la panacea, y requieren de mucha colaboración». Aarón Cabadas Bienzobas pereció en un mundo evolucionado, que paga impuestos para eliminar estas tragedias, pero que por insolidaridad y por no inmiscuirse en los problemas de los demás permite que un niño desnutrido agonice.

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