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Burdeles para presos, el último tabú del horror nazi

No sólo en Auschwitz, como informaba esta semana el diario polaco «Rzeczpospolita», sino también en otros nueve campos de concentración y exterminio nazis existieron burdeles para presos a partir de

APMujeres presas, algunas de ellas judías con la estrella amarilla, lavan ropa en el campo de concentración de Drancy, cerca de París

No sólo en Auschwitz, como informaba esta semana el diario polaco «Rzeczpospolita», sino también en otros nueve campos de concentración y exterminio nazis existieron burdeles para presos a partir de 1942. Estaban pensados para mantener la moral de los trabajadores forzados en la producción armamentística y evitar al mismo tiempo la propagación de la homosexualidad. Una exposición itinerante, que puede visitarse ahora hasta el 30 de septiembre en el antiguo campo de Ravensbrück, cerca de Berlín, documenta uno de los aspectos menos conocidos de la vida en los campos nazis.

La visita al burdel, que no estaba permitida a los judíos, dejaba poco espacio para fantasías. El acto sexual no podía durar más de veinte minutos y sólo se permitía la posición del misionero. El «cliente» y la prostituta eran observados por un guardián a través de un agujero en la puerta para garantizar que se cumpliera la prohibición de no hablar.

La manía de los nazis de apuntarlo todo y dejar constancia de cualquier medida o suceso tiene una ventaja muy clara para los historiadores, que en este caso han podido obtener constancia de que el primer burdel se abrió el 11 de junio de 1942 en el campo de Mauthausen, y el último, el de Mittelbau-Dora, a principios de 1945. Además, la comandancia del campo llevaba un registro de cada usuario.

La mayoría alemanas

Las presas obligadas a prostituirse eran en su mayoría alemanas y procedían del campo de mujeres de Ravensbrück, cerca de Berlín. El motivo de su internamiento era en muchos casos la prostitución callejera. Es una muestra clara de la doble moral de los nazis: el mismo gobierno que combatía oficialmente la prostitución mantenía al mismo tiempo una red de burdeles. A muchas de las mujeres que fueron a parar a Ravensbrück se les cosía un triángulo negro en la manga que las distinguía como «asociales». Esta categoría incluía también desde 1938 a parados, mendigos, prostitutas, homosexuales y gitanos. Los nazis consideraron «asociales» a mujeres que simplemente cambiaban con frecuencia de trabajo o llamaban la atención por su estilo de vida.

Barracones ocultos

La comandancia de los campos ocultaba siempre dos cosas a los visitantes: el crematorio y el burdel. Pero también después de 1945 los museos de los antiguos campos no han dedicado prácticamente ninguna atención a estas barracas de prostitución. Eso, cree la directora del museo de Ravensbrück, Insa Eschebach, da que pensar. Durante mucho tiempo, la prostitución en los campos no se ha considerado como trabajo forzado con el argumento de que las mujeres que la practicaron «ya se dedicaban a ello antes de ser internadas» o de que lo hacían «voluntariamente». Hoy en día, quienes sacan provecho de las redes de prostitución de mujeres africanas o de Europa del Este siguen utilizando el argumento de la voluntariedad para justificar sus negocios criminales, explica Eschebach.

Las SS seleccionaban a estas mujeres en Ravensbrück y las separaban del resto antes de enviarlas a los otros campos. Se vestían con ropa de calle, se lavaban y recibían comida de la cocina de sus captores. Documentos de lo que podríamos llamar la «administración sanitaria» de los campos describen el pésimo estado físico de estas mujeres antes de ser devueltas a Ravensbrück, donde se les practicaron abortos y fueron víctimas de experimentos médicos sobre enfermedades de transmisión sexual.

Una vez liberados los campos, la mayoría de estas mujeres ocultó su experiencia como esclavas sexuales. La exposición de Ravensbrück quiere contribuir a romper este tabú del sexo en los campos nazis, un tema propicio al escándalo y la leyenda que ha dado lugar a un montón de películas de serie B.

Cliente y prostituta eran observados por un guardián a través un agujero en la puerta

Una vez liberados los campos de exterminio, la mayoría de las mujeres ocultó su experiencia como esclavas sexuales

Durante mucho tiempo la prostitución de presas no se consideró un trabajo forzado

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