Ángel Luis Vigaray: El ermitaño de la poesía
¿Este silencio es ya el de la muerte? Nadie lo afirmaría porque Ángel Luis Vigaray hizo del silencio el resplandor de su alma. Fue un ser de distancias y retiros para que nada le apartara de lo
¿Este silencio es ya el de la muerte? Nadie lo afirmaría porque Ángel Luis Vigaray hizo del silencio el resplandor de su alma. Fue un ser de distancias y retiros para que nada le apartara de lo esencial: su entrega a la poesía como el oficio artesano de la sangre, como la habitación de lo más bello y noble de este mundo. Un dedicación doble: desde su propia escritura y desde su labor buceadora y difusora de la mejor creación poética en lengua española. Ángel Luis Vigaray es autor de un solo libro de poemas, «Grama», en el que todo es «necesario y sincero», en expresión del poeta y gran amigo Mario Míguez, obra donde el amor, o mejor el desamor, y la muerte están muy presentes: «Todos los veranos hiela un poco más al norte / De mi corazón cansado(...) Vamos bajando, amor, / Vamos trizando tristísimos naufragios, o Sólo la muerte cesa, / Sólo la muerte cesa / Con estridente lenguaje que evapora». Veintiocho poemas en los que los versos son una respuesta a su abismo existencial, salvación entre tanto dolor y vacío. «Grama», publicado en 1981, fue reeditado en 1995 en la Colección Signos, de Huerga y Fierro, que Vigaray codirigió con Leopoldo Alas, fallecido hace algo más de un año. Colección imprescindible para el conocimiento unas veces, y para la relectura otras, de autores fundamentales dentro de la poesía escrita a uno y otro lado del océano, entre los que figuran Vicente Huidobro, César Moro, Emilio Ballagas, Rosamel del Valle, Jorge Teillier, Porfirio Barba Jacob, Eugenio Florit, Gastón Baquero, Samuel Feijoo y Gilberto Owen. Y entre los nuestros Juan Ramón Jiménez, José Luis Hidalgo, Cernuda, Brines, Valente, Manuel Álvarez Ortega, Bernier, Pérez Estrada, Vicente Núñez o Andrés Sánchez Robayna. La Colección Signos es ya un fondo clásico que debería tener continuidad, aunque la tarea no sea fácil teniendo en cuenta el desvelo hasta encontrar la luz más íntima de los textos, del lector y editor ejemplar que fue Ángel Luis Vigaray. Cada volumen editado constituía para el poeta desaparecido a los cincuenta y ocho años, víctima de un tumor cerebral, un auténtico alumbramiento, al que debía prestársele la atención requerida por un cuerpo vivo. Verdadero ermitaño de la poesía, Vigaray no dejará de respirar en multitud de lectores, pues su vista se oscureció pensando en ellos. Y los que le quisimos seguiremos creciendo junto a él dentro de la herida hermosa de la literatura.
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