70 años de una trágica huelga de tranvías
La Barcelona de los años 30, en plena resaca de la crisis mundial desencadenada por el crack de la bolsa de 1929, se vio conmovida por un recrudecimiento de los conflictos sociales y florecieron los pistoleros que lo mismo atracaban que realizaban actos de violencia cuando las huelgas se radicalizaban. El más virulento de todos fue el de la Compañía de Tranvías, de más de tres añosBARCELONA. La crisis económica de los años treinta alcanzó su punto más alto, en Barcelona, en 1933, lo que provocó una agudización de la llamada cuestión social: huelgas, atentados, estallido de bombas y los sabotajes y boicots; que hizo recordar, por lo trágicos, a los primeros años 20.No hay ninguna duda que por extensión e intensidad de la violencia el conflicto más enconado de los de aquel año fue el de los tranvías ya que dio comienzos a principios de año y se fue extendiendo hasta julio de 1936, Sus consecuencias fueron más allá ya que muchos de los empleados de la Compañía de Tranvías, que entraron a substituir a los despedidos del 33, fueron fusilados por las patrullas de control. Después de enero del 39, le llegó el turno a los activistas sindicales que habían participado en el conflicto y las represiones derivadas del mismo. El último fusilado de la racha, el 11 de febrero de 1944, en el Campo de la Bota, fue Justo Bueno Pérez, un nombre que sonó mucho en la época, por diversos motivos.Los tranvías ardían, cuesta abajoLa competencia de Metro, autobuses y trolebuses encarecía los gastos de explotación de los Tranvías, una subida de precios disminuyó el número de usuarios y la negociación de unas bases de trabajo -convenio colectivo en el lenguaje de la época- se convirtió en un calvario a lo largo del año. En abril, el Gobierno Civil ordenó el despido de 16 trabajadores; las posiciones se endurecieron y en noviembre se convocó la huelga general del transporte, que duró desde el 18 hasta el 13 de diciembre siguientes.Las derechas instaladas en el poder apoyaron a las compañías: marineros de la Armada conducían los vehículos en los que sólo iba una pareja de guardias de Asalto. Empezaron los atentados, el 2 de diciembre una bomba en un poste de la parada de plaza Padró, donde giraban los tranvías, causó un muerto (un oficial del Ejército llamado Jarque y siete heridos; dias más tarde otro poste volado en Meridiana/ Montaña: 2 muertos y 2 heridos.La huelga se saldó con 150 despidos, pero la campaña de sabotajes y atentados, de represalias y represiones duraría hasta el mismo estallido de la Guerra Civil. El conflicto se enquistó de tal manera que pasó por debajo del 6 de octubre del 34, de diversos estados de guerra -cuando no los provocó- y de las elecciones del Frente Popular.Docenas de autobuses y tranvías fueron quemados, instalaciones fijas voladas, entre ellas las oficinas de la Compañía de Tranvías de plaza Lesseps. Algunos de los esquiroles fueron secuestrados y muertos a tiros y los coches utilizados para ello eran lavados cuidadosamente y después quemados en un descampado. Las líneas del extrarradio eran las más susceptibles de ataques, un grupo pistola en mano desalojaba un vehículo y después lo pegaba fuego. El Orden Público había sido transferido a la Generalitat y las fuerzas de seguridad bajo las órdenes del inspector general de servicios, Miguel Badía, intensificaron la represión y en numerosas ocasiones las patrullas acababan a tiro limpio con los piquetes de acción de FAI-CNT. Miembros de la policía secreta se mezclaban entre el pasaje de un tranvía y cuando llegaba el piquete, garrafa en mano, disparaban sobre el mismo. Con la declaración del estado de guerra por el 6 de octubre del 34, la única variación fue que la censura silenciara muchas de las acciones y los detenidos pasaran a disposición de la jurisdicción militar. Las cocheras y dependencias diversas fueron ocupadas por destacamentos de militares y guardias. Un centinela mató a un curioso que se asomó por una ventana de las de Lesseps. El 16 de marzo de 1935, la policía esperó a un coche ocupado por activistas en Urgel-Provenza, hubo lanzamiento de bombas de mano y una estalló debajo de un coche de la policía, dos guardias de asalto muertos y varios heridos, un sospechoso herido y detenido.El nuevo paso en la escalada lo dieron los grupos de acción de la FAI, deteniendo tranvías en la calle Carolinas, cortando el trole, desfrenándolos y pegándolos fuego, como en una escena de cine fantástico, el vehículo bajaba por Mayor de Gracia y el Paseo, en llamas y cada vez a mayor velocidad, y acababa por estrellarse contra la Telefónica.Gil Robles, en sus memorias, narra cómo se trasladó a Barcelona -era ministro de la Guerra-, en el verano del 35, para ordenar la declaración una vez más del estado de guerra, por estos hechos. En alguno de estos asaltos, los testigos reconocieron a Justo Bueno Pérez.Viejos recuerdosActivistas que habían estado detenidos en época de Martínez Anido afirmaron que al volver a ser detenidos en el 33/34 el trató recibido en los sótanos de Jefatura Superior de Policía no tenía nada que envidiar al del 21-22. El odio contra Badía se hizo muy intenso ya que en el se personalizaron hechos de muy variada etiología. En los círculos societarios se rumoreaba que la FAI había condenado a muerte al inspector de servicios. Éste se exilió tras el fiasco de octubre del 34, pero regresó después del 16 de febrero del 36, acogido a la Amnistía decretada por el Parlamento. Pero sus relaciones con el gobierno Companys no eran buenas y le fue retirada la escolta y el permiso de armas. Amargado y pesimista lo describe Rosend Llates en «Esser català no es gens facil», a principios de abril del 36, en el solarium de un círculo deportivo.El 29 de aquel mes, al salir de su domicilio, a Miguel Badía le tocaron el hombro y pronunciaron su apellido -siempre le había molestado aquel gesto- y al volverse airado sonaron tres disparos. La última cara que vio en su vida fue la de Justo Bueno, mientras otro pistolero acababa con la vida de su hermano. Ambos agonizantes fueron llevados al dispensario de la calle Sepúlveda. Y empezó la leyenda.
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