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Los dos extremos contra la democracia. La única formación ultra en España con respaldo significativo en las urnas es Batasuna

Hablar de extrema derecha en España significa hacerlo de pequeños grupos desorganizados, con resultados ínfimos en las urnas y sin un líder claro. Hablar de extrema izquierda, en cambio, supone referirse a una formación antisistema que da cobijo a centenares de terroristas callejeros y cobertura política a ETA, mientras obtiene en las urnas representación parlamentaria continuada.

La formación de ultraizquierda Batasuna da cobijo a los terroristas callejeros. ABC

MADRID. ¿Existe extrema derecha en España? A simple vista, y a tenor de los resultados electorales, podría decirse que no. Lo que hay es un número indefinido de grupúsculos neofascistas o neonazis, desorganizados entre sí y sin un líder claro, que de vez en cuando se hacen notar con actos violentos o con pintadas en las paredes convocando a una manifestación, pero que apenas tienen presencia en la sociedad. ¿Y extrema izquierda? La respuesta aquí es más sencilla, pues existe una formación política -Batasuna- que se identifica plenamente con este espacio radical y violento, y que cuenta con un electorado mucho más numeroso y fiel desde la transición.

El historial electoral de la ultraderecha y la ultraizquierda es, por tanto, muy diferente. Mientras que la primera no ha hecho más que sufrir descalabros en las urnas, sobre todo a partir de 1982, la segunda, que reúne a centenares de terroristas callejeros y sustenta sin matices a ETA, ha mantenido una bolsa de votos estable que le ha permitido obtener representación parlamentaria en cuantas elecciones se ha presentado.

A mediados de los años ochenta, una nueva extrema derecha, desvinculada de los mitos y símbolos fascistas históricos, comenzó a surgir en Europa, en un momento en que aumentaban los sentimientos xenófobos de una parte de la población por la llegada masiva de inmigrantes. Esta ultraderecha, representada por el Frente Nacional en Francia, Los Republicanos en Alemania, el Frente Nacional y Bloque Flamenco en Bélgica o el Partido Liberal Austríaco, supo captar un voto latente de protesta, pero también de miedo al futuro, por lo que la reafirmación de la identidad nacional, frente al proceso de construcción europea y la llegada de inmigrantes, fue su principal baza electoral. España, sin embargo, se ha mantenido a salvo de este rebrote, al igual que otros países europeos como Portugal, Grecia, Islandia o Finlandia, mientras que en el extremo contrario ha subsistido la coalición proetarra Batasuna.

Desde las primeras elecciones democráticas, la ultraderecha ha cosechado fracasos en las urnas. En 1977, a pesar del acuerdo electoral entre Fuerza Nueva y FE de las JONS para presentarse unidos como Alianza Nacional 18 de julio, su número de votos fue de 154.413, el 0,84 por ciento, lo que le impedía obtener representación parlamentaria. En 1979 hubo un pequeño avance de la extrema derecha, con un total de 414.071 votos, el 2,31 por ciento del total, debido en parte al trasvase de 300.000 votos que perdió Alianza Popular. Los 110.730 votos conseguidos por Unión Nacional en Madrid dieron el primer y último escaño a Blas Piñar, que hizo campaña con el eslogan: «Un hombre bastó para desestabilizar el Frente Popular».

Ese mismo año, Herri Batasuna se presentó por primera vez a las elecciones generales. Sumó 149.685 votos, tres diputados y un senador.

Derrumbe electoral

A partir de 1982, con el eco de los disparos de Tejero en la cabeza de los votantes, se produce el derrumbe electoral de la ultraderecha en España. En Madrid, circunscripción donde históricamente consigue más votos, se quedó en 31.635. El 20 de noviembre de ese año, Fuerza Nueva, la más importante de las organizaciones de extrema derecha en España en los últimos 25 años, anunciaba su disolución y consumaba así el fracaso de este radicalismo que había demostrado su incapacidad para organizarse y competir en democracia y para encontrar un líder que aglutinara a las distintas facciones.

HB, mientras tanto, sumó en 1982 175.857 votos y dos diputados. Los proetarras consiguieron su mejor resultado en las generales en 1986, con 193.724 sufragios, con los que obtuvo cuatro escaños en el Congreso y uno en el Senado. Desde entonces, fue perdiendo respaldo progresivamente, de tal manera que en 1989 tuvo 186.646 votos, en 1993 consiguió 174.655 y en 1996, 154.853. En el año 2000 no se presentó a las elecciones.

En los últimos veinte años, el retroceso de la extrema derecha ha sido constante, a pesar de los múltiples intentos para reorganizarse y volver a la carga bajo distintos nombres, en los que muchas veces quedaba camuflada su ideología para tratar de sorprender al electorado. En 1986, Blas Piñar refundó su antigua organización bajo el nombre de Frente Nacional apoyado por su padrino Jean Marie Le Pen. Pero repitió los mismos resultados ínfimos en las urnas. En las elecciones europeas de 1989, pese al ascenso de toda la ultraderecha en Europa, sólo consiguió 60.000 votos. Tras años de enfrentamientos, en 1995 seis pequeños partidos forman Alianza para la Unidad Nacional, con Ricardo Sáenz de Ynestrillas al frente, una fórmula que tampoco llegaría a ningún lado. En las elecciones de 2000, la extrema derecha apenas superó los veinte mil votos.

En el otro extremo, HB, que también ha ido cambiando de nombre según las circunstancias, logró su máximo apoyo durante la «tregua» de ETA: en la consulta autonómica del País Vasco de 1998 sumó 224.001 votos, y en las municipales de 1999, 272.049 en las tres provincias vascas. Sus peores resultados, en cambio, los obtuvo en la última cita electoral, en las autonómicas del año pasado, cuando consiguió siete parlamentarios, la mitad que en las precedentes.

Escasa militancia

En la actualidad, existe un elevado número de organizaciones vinculadas a diferentes tendencias de extrema derecha (neofranquistas, neofalangistas, derecha nacional, neonazis), relacionadas en ocasiones con grupos ultras de clubes de fútbol. Los militantes de todas las organizaciones no llegan a diez mil. La extrema izquierda, mientras, ha encontrado otro cauce de expresión en ciertos movimientos antiglobalizadores.

Uno de los últimos grupos que han surgido al calor de los problemas de la inmigración ilegal es Plataforma per Catalunya, con Josep Anglada al frente, ex militante de Fuerza Nueva. Su discurso es netamente de extrema derecha, a pesar de que él lo niegue: «En este país cabemos unos cuantos y hay que cerrar las puertas ya a la inmigración», asegura. Su objetivo inmediato es presentarse a las elecciones municipales de Cataluña y no descarta hacerlo en el futuro en el resto de España. Anglada muestra su respeto por Blas Piñar, de 84 años, pero comenta que «hay que avanzar y situarse en esta nueva época».

El riesgo de que en España se consolide un partido de extrema derecha parece, sin embargo, lejano, según explica el profesor de Política Pablo López Martín, de la Universidad San Pablo CEU. A su juicio, la dialéctica bipartidista que hay en estos momentos en nuestro sistema hace improbable la consolidación de un partido de esas características, porque su mensaje no vende. Añade, sin embargo, que en determinadas Comunidades ya hay partidos colindantes a la extrema derecha, como el PNV, «una derecha bastante rígida que defiende un fuerte nacionalismo, mezclado con la ambigüedad con que trata algunos asuntos».

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