Memoria del conde de las Navas
El doctor José María Aguilar, hombre culto y amante de las letras, me hace
El doctor José María Aguilar, hombre culto y amante de las letras, me hace llegar un ejemplar del libro «Fósiles» que, en 1925, publicara en Madrid, en edición de trescientos ejemplares y «en el papel de la revista Raza Española», su bisabuelo el conde de las Navas. Se trata de «seis cuentos viejos», recontados por el conde, rematados por una «contera» del doctor Sánchez Cantón, e ilustrados con grabados en madera de Miguel Velasco. Con independencia de la edición en sí, gratísima para cualquier enamorado de los libros, estos «Fósiles» nos traen el recuerdo de quien, a caballo entre dos siglos, fue figura relevante en su época, tanto en el ámbito social como en el intelectual.
Juan Gualberto López Valdemoro de Quesada, hijo de los condes del Donadío y futuro conde de las Navas, nació en Málaga, el 26 de septiembre de 1855. Realizó sus primeros estudios en Madrid y Málaga, trasladándose en 1870 al colegio del Sacro Monte granadino, donde cursó la carrera de Derecho que, al cabo, concluiría seis años después en Sevilla; fue allí donde, como él mismo reconocería, se inició, «siendo muy joven, en las aficiones que han constituido después el objeto de mi vida y el empleo de todas mis actividades: los libros y las letras». Por entonces, conoció en Lucena, en casa de su abuela, doña Carmen Pizarro, a quien luego sería su maestro y su amigo del alma, don Juan Valera, al que dedicaría en su día libros y conferencias.
La amistad de su familia con los Reyes, le abrió las puertas de Palacio, siendo nombrado, en 1880, Mayordomo de Semana de S.M. Don Alfonso XII y, en 1893, Bibliotecario Mayor de Alfonso XIII. (Rubén Darío publicó en el «Diario de la Marina» de La Habana -7.11.1910- un artículo titulado precisamente «El Conde de las Navas, Bibliotecario Mayor de Alfonso XIII»). Puede decirse que la obra periodística y, sobre todo, literaria, de don Juan Gualberto arrancó en 1886 con la colección de cuentos «La docena del fraile» -que incluía la novela corta «La Niña Araceli»-, y se cerró en 1929 con sus «Obras incompletas», serie de cuentos y chascarrillos. (Estos últimos fueron siempre motivo de su interés -cuentos y chascarrillos compusieron también su libro «La decena», aparecido en 1895-, acaso como prueba de su talante andaluz, y de su carácter siempre abierto y cordial, hacedor de amistades). El doctor Aguilar, que prepara la biografía del conde, y a quien debo los datos esenciales de este artículo, tiene reseñada su bibliografía completa, en verdad varia y abundosa.
No es extraño, pues, que en noviembre da 1922 fuera elegido académico de número de la Real Española, a propuesta de don Ramón Menéndez Pidal, Emilio Cotarelo y el conde de la Viñaza, quien contestaría al recipiendario cuando, el 17 de febrero de 1924, leyó su discurso de ingreso, «La conversación amena» -tal era la suya-, en presencia del Rey Don Alfonso XIII. Culminaba así su mayor aspiración literaria, que se remontaba a 1901, y que no cuajaría en 1903, cuando Valera le avaló para ocupar el sillón que había dejado vacante Núnez de Arce, y al que en esa ocasión aspiraban, entre otros, Cajal, Canalejas, Grilo, Rueda, Palacio Valdés y Eduardo de Hinojosa, que sería el favorecido.
Miembro de la Hispanic Society of America, miembro Preeminente de la Academia de Letras Humanas de Málaga, correspondiente de la Real de Buenas Letras de Sevilla y Gran Cruz del Mérito Civil de Alfonso XII, el conde de las Navas y del Donadío de Casasola se retiró de la vida pública al advenimiento de la República, si bien «su pluma fue activa una sola vez» para escribir la contestación al discurso de ingreso en la Real Academia del marqués de Lema, discurso que no llegó a leer (lo haría Agustín González de Amezúa), pues falleció el 28 de abril de 1935, a los setenta y nueve años. La biografía del docto Aguilar, al igual que la tesis doctoral del norteamericano John P. Demidowicz, «El Conde de las Navas, un polígrafo español» (1957), deberían ser publicadas cuanto antes. Sería hacer justicia a un hombre y un nombre que no merecen tanto olvido.
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