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Vacuna musical: ¿Crisis, qué crisis?

DAVID MORÁNBARCELONA. Lo proclamaron Supertramp hace varias décadas y lo suscriben punto por punto todos aquellos promotores que, con la vista clavada en la estación más cálida del año, han convertido

La portada del disco de Supertramp, como metáfora de la situación actual en el mundo de la música

Lo proclamaron Supertramp hace varias décadas y lo suscriben punto por punto todos aquellos promotores que, con la vista clavada en la estación más cálida del año, han convertido la música en directo en la gallina de los huevo de oro de la industria del ocio. «Crisis? What Crisis?». No está ni se la espera. Así, mientras la industria discográfica navega la deriva y la venta de discos sigue cayendo en picado, pasando de los 367,6 millones de euros facturados en 2006 a los pocos más de 284 millones en 2007, la música en directo en general y los festivales en particular se han convertido en el mejor aliado de economías ajustadas y bolsillos en apuros.

No en vano, ya sea enlatada, descargada ilegalmente o en directo, la música sigue ocupando el podio de preferencias a la hora de ocupar el tiempo libre, según refleja el último informe de Hábitos y Prácticas Culturales realizado por el Ministerio de Cultura. Será por eso que la cacareada crisis de la industria discográfica ha obligado a los artistas a cambiar de registro, reciclarse y lanzarse a la carretera para vender, puerta a puerta, lo que no consiguen vender en las tiendas.

El panorama que dibujan nuevos modelos de negocio como las aplicaciones para teléfonos móviles, portales de Internet o venta digital no es alentador. Con apenas un 9, 5 por ciento de mercado, las nuevas estrategias de venta chocan frontalmente con iniciativas de bandas que, como Radiohead, ofrecen su música a precio libre y desafían el funcionamiento tradicional de un sector que no tendrá más remedio que perforar un nuevo agujero en el cinturón para enfrentarse a lo que se avecina.

Expansión y crecimiento

Frente a todo esto, los festivales se han convertido en el salvavidas que mantiene la industria a flote y en el catalizador de un brusco giro en los hábitos de consumo. «El rock se consume por internet y el ahorro que supone la compra de un disco va destinado, la mayoría de las veces, a ver a un artista en directo», señalaba no hace mucho en estas páginas una de las responsables del Summercase, uno de los festivales que, a caballo entre Madrid y Barcelona, más se ha beneficiado de estos tiempos de bonanza que corren para la música en vivo.

Y es que, se mire por dónde se mire, la ecuación es elemental: si un concierto en sala tiene un precio medio de unos treinta euros y el abono de un festival, donde se pueden llegar a acumular hasta un centenar de actuaciones, ronda los 120 euros, la rentabilidad está garantizada. Máxime si a esto le añadimos una política de descuentos que premia la fidelidad de unos consumidores que, a ciegas, adquieren sus abonos en invierno y sin conocer ni uno de los nombres de cartel.

No hay más que echar un vistazo al calendario estival para comprobar hasta qué punto la música en directo atraviesa uno de sus momentos más dulces. Sólo en Barcelona, la cartelera se ha quedado pequeña para acoger las propuestas del Primavera Sound, el Sónar y el Summercase, tres de las citas con mayor proyección europea a las que hay que sumar, además de festivales de largo recorrido como el Grec, nuevos estrenos de temporada como el Daydream.

La crisis, si la hay, no se notará hasta finales de año, cuando haya que cuadrar balances, ajustar cuentas y hacer inventario del número de personas que han pasado por taquilla. De momento, el negocio sigue subiendo como la espuma. «El mercado va bien. Hay más demanda y por eso hay más oferta», señalan desde Sinnamon, promotora barcelonesa que, con media docena de festivales repartidos por toda la geografía española, se ha abalanzado con pasión y entusiasmo sobre el circuito festivalero. «Es pronto para hacer valoraciones, pero creo que la gente seguirá comparando cultura», explica Pedro Moscoso, encargado de comunicación de la promotora catalana.

Ajenos a los procesos de recesión y crisis que empiezan a precipitarse sobre la economía española, casi todos los promotores coinciden en señalar que si algo cambia este verano no tendrá que ver tanto con la crisis como con lo desmedido de una oferta que, por primera vez, coincidan en las mismas fechas festivales de un perfil muy similar.

Aún así, ni siquiera lo excesivo de la oferta parece inquietar a los responsables de unos certámenes que han aprendido a conjugar lo atractivo de la oferta musical con unos argumentos turísticos en los que el sol, la playa y las excursiones urbanas pesan tanto o más que la calidad artística. De hecho, gran parte de los euros que activan la economía de muchos de estos festivales procede del cada vez más numeroso público extranjero captado mediante intensas campañas de publicidad y promoción.

De ahí que algunas webs británicas promocionen el Summercase con paquetes de turismo musical que, por poco más de 200 euros, facilitan entrada y hotel, y muestras como el Sónar hayan conseguido reunir tanto público extranjero como local. Uno de los datos más reveladores lo dio a conocer precisamente el Sónar cuando, hace tres años, presentó un estudio que cifraba en 47 millones de euros su aportación al PIB de Cataluña.

Normal, pues, que la mayoría de festivales cuenten con algún tipo de subvención pública que los ayuntamientos consideran algo así como una inversión de futuro y un gancho para atraer turistas y dinero en época de vacas flacas.

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