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Sarkozy y el compromiso afgano

AFGANISTÁN está entrando en su octavo año de guerra y los resultados siguen siendo irregulares. Los talibanes no pueden amenazar al poder de Kabul. No es realista para ellos pensar en volver a manejar

AFGANISTÁN está entrando en su octavo año de guerra y los resultados siguen siendo irregulares. Los talibanes no pueden amenazar al poder de Kabul. No es realista para ellos pensar en volver a manejar las riendas del país, pero están logrando entorpecer todos los intentos de las autoridades afganas y de la comunidad internacional para posibilitar el desarrollo económico y social del país. La presencia del ingrediente letal de la droga es el elemento más perturbador para la paz porque permite a los rebeldes una fuente de ingresos prácticamente ilimitada con la que agrandan su capacidad de reclutamiento y, por supuesto, de suministro de armamento y municiones. Este es más o menos un retrato de lo que Afganistán padece en estos momentos, en los que se ha producido la visita del presidente francés, Nicolás Sarkozy, para reafirmar su compromiso con una de las misiones más importantes de la historia de la OTAN.

El presidente francés ha afirmado, y con razón, que la comunidad internacional no puede en ningún caso permitirse la posibilidad de perder la guerra en aquel lejano país, en el que tantas cosas están en juego. No es una cantinela que se proclama cada cierto tiempo, sino una advertencia grave para aquellos que estuvieran pensando en cambiar de idea o en ceder al cansancio y a los costes políticos de una misión que empieza a ser impopular. La posibilidad de que el Gobierno afgano de Hamid Karzay fuera expulsado de Kabul por los talibanes tendría un efecto demoledor sobre nuestra seguridad; basta mirar lo que está sucediendo en estos momentos en el vecino país de Pakistán -una potencia nuclear- como para hacerse una idea de las proporciones del problema al que todo Occidente podría tener que hacer frente en su día.

La victoria en Afganistán no es solamente un asunto de tropas, como muy bien pudieron comprobar los dirigentes soviéticos, que llegaron a tener medio millón de hombres en el país. Se trata de mejorar los compromisos políticos, de dedicar los recursos técnicos necesarios (sobre todo helicópteros y aviación) y de acabar con muchas de las molestas reglas de enfrentamiento, que convierten a tropas como las españolas en una especie de «don Tancredo» dedicadas principalmente a protegerse a sí mismas. Se trata asimismo -en esto ha insistido Sarkozy y España también lo ve claro- de favorecer más decididamente el desarrollo de las fuerzas armadas afganas, que a la larga serán las que deberán asegurar algún día la continuidad del esfuerzo de la OTAN. Eso significa también más dinero, porque los soldados necesitan ser pagados. Los afganos son un pueblo recio y difícil, pero ya no quieren la guerra. Preferirían la paz. No es de recibo facilitarles la opción de que se decanten otra vez por la agónica estabilidad de la dictadura talibán. La guerra de Afganistán sigue siendo algo muy serio y no está de más recordarlo de vez en cuando, como ha hecho Sarkozy.

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