El sexto poder y la semilla del Diablo
Cómo hemos llegado a ésto. Mientras los ciudadanos sestean y los primeros
Cómo hemos llegado a ésto. Mientras los ciudadanos sestean y los primeros empresarios hacen su agosto en otoño al ritmo del vals de las opas que tocan en Moncloa, en la política y en los medios crece la crispación como si asistiéramos a un motín a bordo del viejo galeón español que navega con rumbo incierto hacia un puerto federal o confederal -lo que salga- , tras abrirse paso bajo la tormenta con la ayuda mágica de un diabólico pacto con nacionalistas y la obligada entrega de una parte del botín a los cancerberos del terror para que el capitán, sentado y sonriente en la popa, alcance la tierra prometida de la renovación del poder.
El PP anuncia en el Congreso la rendición del Estado ante ETA, el principio del fin de la unidad de España, la burla del Estado de Derecho y el vuelco de la Constitución por la gatera de los estatutos de autonomía mientras la radio católica habla de alta traición y, desde el puente de mando del Gobierno y su banda de babor se acusa a los anunciantes de la catástrofe nacional de amotinados bucaneros de la extrema derecha que no acatan el resultado electoral de 2004 en un vano intento de rebelión contra el legítimo capitán porque, solos en la sentina del buque, reniegan de su condición de comparsas y galeotes de la legislatura.
La singladura de la transición está agotada y enseña, tras larga y fructífera travesía, el desgaste de los métodos y los materiales -las reglas del juego político- en los que estaban basados el pacto nacional de la reconciliación (el consenso de las grandes fuerzas de la derecha y la izquierda) y la lealtad a la Constitución de 1978, redactada por los jefes de partidos a su favor e imponiendo un modelo para la convivencia que funcionó, por mas que incluía el mal partitocrático español que ahora hace acto de presencia. A igual que emergen sus flaquezas democráticas como la notoria ausencia de la separación de los poderes del Estado -ahí están tonante el Fiscal General y acosado el Defensor del Pueblo-, que quedó al albur de la buena fe de gobernantes presuntamente angelicales, que no resistieron la tentación de acumular estos poderes, ejecutivo, legislativo y judicial -Montesquieu no sólo murió en España por la reforma del Poder Judicial-, más los medios públicos y los privados afines. Como guinda del pastel, el control del quinto poder del Estado: la capacidad de regular las grandes empresas y el sector financiero. Y todo ello ornado con una mala ley electoral de listas cerradas, donde no está lo mejor de la ciudadanía (los que deben vivir por la política y no de la política), y favorecedora del exceso de representación de minorías nacionalistas, dibujando un modelo político muy escaso de controles (que favorece el autoritarismo y la corrupción) y de representatividad.
Un sistema que funcionó basado en el consenso y la lealtad constitucional. Un modelo que ofrece un enorme poder y su blindaje al que lo disfruta -las alternancias siempre fueron traumáticas: golpe de 23-F; corrupción y el GAL; guerra de Irak y masacre del 11-M-, y que, clonado en las Autonomías, condujo a la invención de un sexto poder: los taifas autonómicos. Los que como virreyes han superado los veinte años de mandato -Chaves, Ibarra, Fraga, Pujol, Ibarretxe o Garaicoetxea- fueron desguazando el Estado; y en Cataluña y el País Vasco, donde la lealtad constitucional brilla por su ausencia, nos llevaron a un proceso de ruptura nacional, persiguiendo lo español durante todos estos años en pos de una cosecha soberanista que tienen al alcance de la mano. Y que progresó por causa de la debilidad parlamentaria de las legislaturas de González 1993/1996, Aznar 1996/2000 y ahora de Zapatero. Pero esta vez con la ventaja para los nacionalistas de contar en el Palacio de la Moncloa con un presidente que cree llegado el momento de superar el consenso de la reconciliación, la lealtad constitucional y a España como nación. Que es exactamente lo que esperan los nacionalistas de PNV y CiU ofreciendo su apoyo a cambio del fin de un régimen que Zapatero propicia sin plantear, como debiera, una franca reforma constitucional.
El presidente, desde un aparente pensamiento débil, poco amigo de la democracia y de la legalidad, utiliza la vía de los hechos consumados mientras apuntala su base electoral y sella un pacto de hierro con los nacionalistas que aísla a un PP -nostálgico y poco cohesionado- y garantiza su permanencia en el poder. Al tiempo que busca desesperado el viento de popa del posible anuncio del final de ETA con el que piensa justificar todo, al precio que sea, para conseguir la arribada triunfal a las elecciones generales. Mientras tanto, los ciudadanos, ajenos al ruido de la política, como bien se aprecia en los comicios catalanes que no anuncian nada nuevo ni bueno, vivaquean en la abundancia económica, a sabiendas de que España hoy no se va a romper, ni la nave del Estado está en las vísperas de Trafalgar, aunque se está sembrando la semilla del diablo sobre la tierra, fértil en los pasados años, donde habita la gran nación española que hoy cotiza muy poco en Bolsa o en la conciencia ciudadana, más interesada en su cotidiano bienestar. ¿Cómo se sale del laberinto? Con audacia, liderazgo y sin mirar hacia atrás.
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