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Tercera identidad

No son los más populares de la fiesta. Con frecuencia se les atribuye toda suerte de calamidades a las que serían totalmente ajenos si no fuera porque la mayor parte de las veces, su principal vinculación con ellas fue el intento de evitarlas. Admitámoslo: los servicios secretos occidentales pasaron por mejores épocas. Pero tampoco están en un momento tan malo como puede parecer.

El pasado domingo, en París, un antiguo jefe del M16, llamémosle sir Cole McMillan, se reunió con un círculo de amigos con los que reflexionó sobre el momento presente de los servicios. Y la conclusión principal fue que, por mala que sea esta situación, estamos muy lejos de pasar por la crisis que se vivió en las décadas de 1950 y 1960, cuando la infiltración soviética en la inteligencia británica fue devastadora. «Nuestros servicios fueron penetrados hasta casi destruirlos. Casi hubo que empezar de cero. La de hoy no es ni de lejos la peor crisis que hemos vivido». Estos días, en los cines españoles, podemos ver una película que rememora esas fechas: «Tercera identidad» (A different loyalty). En ella se recuerda el caso verídico de Leo Cauffield, uno de los chicos de Cambridge que traicionó al Reino Unido por una lealtad al ideal comunista que se demostró erroneo. La interpretación de Rupert Everett y Sharon Stone resulta reveladora de hasta qué punto la elite de una generación fue capaz de dejarse engañar por un ideal perverso. Mas a los efectos de lo que nos ocupa, lo interesante es cuánto ha cambiado esa realidad hoy. En nuestros días la base más común del reclutamiento de espías en terceros países -de agentes dispuestos a traicionar a su patria- no es ya el ideal que siguieron aquellos chicos de Cambridge, sino el resentimiento por un ascenso no concedido, por un feo de tus superiores... Y la mayor ventaja de los servicios es la creencia generalizada de que lo saben todo. En verdad, como nos reconocía sir Cole, saben mucho menos de lo que parece. Su privilegio es que la creencia de que lo saben todo es todavía muy extendida. Pero el riesgo de que ese castillo de naipes se derrumbe es elevado.

Vivimos en un mundo cambiante. Tenemos que adaptar todo a las nuevas circunstancias. Cole McMillan nos juró que era cierta la historia de aquellos dos jóvenes, ella británica, él irlandés, que se conocieron en la década de 1920 en El Cairo. Se enamoraron y poco después se casaron. Ambos siguieron con sus respectivos trabajos en distintas oficinas de Londres y él continuó realizando frecuentes viajes al extranjero. Al fin, días después de que ambos celebraran sus bodas de oro matrimoniales en septiembre de 1974, ambos se confesaron: trabajaron para servicios de información. Sólo después de la muerte de ella, en 1979, descubrió él que los dos habían trabajado siempre para el mismo jefe. Hoy se actúa de otra forma.

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