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Sociópolis y la desfachatez de otra ministra

José MaríaLozanoEn una de las últimas visitas a Valencia de la ministra de la Vivienda, cuya persistente situación de cola en el ranking en este Gobierno no es óbice sino estímulo para sus constantes

José María

Lozano

En una de las últimas visitas a Valencia de la ministra de la Vivienda, cuya persistente situación de cola en el ranking en este Gobierno no es óbice sino estímulo para sus constantes meteduras de pata, se ha despachado a gusto una vez más contra el urbanismo que practicamos en el Mediterráneo y que, sin que deba estar exento de crítica -¡faltaría más!- ni por supuesto de criterios para su mejora funcional y formal, no es en su conjunto, ni mucho menos, ese dechado de calamidades, despropósitos y otras lindezas que han ido pergeñando con indiscutible destreza los que a él se oponen de boquilla hasta acuñar el bonito término de «urbanismo depredador» sin reflexionar con cuidado en el genérico significado de este antipático calificativo.

Pero esta vez, la ministra ha embestido también contra Sociópolis, el proyecto de Barrio Social y Sostenible que en estos momentos, por cierto, está ya en ejecución en la pedanía valenciana de La Torre.

Yo, como no quiero presumir ignorancia en tan insigne personaje, no tengo más remedio que atribuir desfachatez a sus palabras de pretendida descalificación.

Voy a eludir aquí insistir en las cuestiones de índole técnica y legal que el conseller González Pons ya replicó inmediatamente y en su presencia (el proyecto goza de todos los permisos urbanísticos necesarios y ha contado con todas y cada una de las aprobaciones procesualmente obligatorias en la materia, incluida por supuesto la de carácter específicamente hidrológico) para dedicarme a las que a mi juicio resultan más relevantes todavía, que son las de fondo y contenido: las arquitectónicas y, por ende, las sociales. Pues la ministra, que ha ostentado en su carrera política, entre otros, el cargo de consejera de Fomento del Gobierno de Rodríguez Ibarra, y que es profesora titular de Derecho Constitucional de la Universidad de Extremadura (como tal ha impartido docencia en universidades extranjeras y de organización territorial en Cuba en la Universidad de La Habana) sabe muy bien de la importancia que la operación Sociópolis tiene en el panorama presente de la arquitectura española y la repercusión internacional de la misma.

Pues Sociópolis es algo más que la construcción de tres mil nuevas viviendas socialmente demandadas en una Valencia de indiscutible desarrollo.

Han pasado unos cuantos años desde que la idea surgiera de la mano de sus principales artífices: el arquitecto valenciano Vicente Guallart, perseverante autor de la idea arquitectónica, y el entonces conseller de Bienestar Social Rafael Blasco (ahí le duele a la Trujillo) y Consuelo Císcar, a la sazón responsable de la Segunda Bienal de Valencia, inteligentes gestores sociales de una realidad que por entonces parecía solamente un sueño.

Lo cierto es que la idea inicial de Socióplis, como una reflexión disciplinar en torno a «nuevas formas de habitar» vinculadas a un desarrollo sostenible y a un uso eficiente del territorio, emparentando con operaciones internacionales de vanguardia arquitectónica de la importancia del Weissenhof de Stuttgart que impulsara en 1925 Mies van der Rohe o del berlinés Hansaviertel, que en los cincuenta programara Hans Scharoun, concitó el interés inmediato de arquitectos de la talla de los españoles Iñaki Ábalos y Juan Herreros, Eduardo Arroyo, José María Torres Nadal, José Luis Mateo, Manuel Gausa, Antonio Lleyda y Eduardo de la Peña, o Lourdes García Sogo, del japonés Toyo Ito, de los holandeses MVRDV, del argentino Willy Müller, de los franceses Francois Roche y Duncan Lewis, del coreano Young Joon Kim, del americano Greg Lynn, o del taiwanés J.M. Lin. (y ustedes me disculpan el recital pero vale la pena recordar este repertorio). De manera que todos ellos pusieron a disposición de Guallart sus primeros anteproyectos.

Luego vino la publicación de un libro por la prestigiosa editorial catalana Actar, profusamente distribuido a nivel mundial (actualmente agotado), la primera exposición en San Miguel de los Reyes, la exhibición internacional en foros de la importancia del Arkitektur Zentrum de Viena (con el auspicio y orgullo de la Embajada de España) para culminar con su señalada participación en la celebradísima exposición de Arquitectura Española ON SITE del MOMA neoyorquino.

Así que cuando no hace más de un año, en los terrenos que el Ayuntamiento de Valencia, después de cuidadosos estudios y con la satisfacción de propietarios y vecinos, propuso para su erección, Rafael Arnal el alcalde pedáneo de La Torre el «overbooking» de demanda de jóvenes que querían aspirar a una de las quinientas viviendas protegidas de iniciativa y financiación pública (IVVSA) o a la gestión de los pequeños «huertos urbanos» que mantienen, en extraño e inteligente equilibrio, la presencia de una huerta que había sido abandonada con anterioridad por sus propietarios, el asunto me pareció imparable.

Imparable para los promotores valencianos que han resultado legítimos adjudicatarios de las parcelas dispuestas para su enajenación y, fundamentalmente, para la construcción de vivienda protegida; para los sindicatos (UGT, CC.OO. y CSIF) que prevén construir en sus respectivas parcelas; para los jóvenes estudiantes o para las personas mayores que van a encontrar un nuevo y muy satisfactorio modelo de residencia; para cada uno de los siete u ocho mil valencianos que quieren habitar sus viviendas en régimen de propiedad o de alquiler y para todos los que tienen previsto disfrutar de sus instalaciones deportivas, lúdicas o culturales.

Imparable porque en el penúltimo concurso de ideas que convocó el Instituto Valenciano de Vivienda resultó ganador un magnífico proyecto de la joven arquitecta valenciana, residente en París, María Colomer que ya ha sido licitado y adjudicado.

Así que la desfachatez (ya se sabe: descaro o desvergüenza) de la ministra esta vez tiene una versión especialmente perversa por la que los intereses de partido se ponen por delante de los sociales y de los culturales también, y no le duelen prendas en atacar una operación arquitectónica de vanguardia que goza de prestigio internacional y que hace que por ella se interesen, para su posible implantación, en Colombia, EE.UU., Portugal o Polonia. Impedirlo será difícil.

No deja de preocuparme la actitud de determinados medios culturales valencianos, quizás dispuestos a hacer de su silencio un curioso plato de lentejas que intercambiar en un más que improbable cambio de gobernantes autonómicos (ABC y Ramón de Soto con su espléndido artículo del ruido y las nueces y la entrevista de Lola Soriano a Vicente Guallart en «Las Provincias» han sido la excepción); ni me animo a recabar complicidades que no sean espontáneas de los agentes sociales, de los arquitectos y de los promotores participantes; pero tampoco me resigno a sumarme a ese silencio ni a eludir mi compromiso con una operación en la que me siento francamente orgulloso de colaborar: como valenciano, como docente y como profesionalde la arquitectura.

Catedrático de

Arquitectura

de la UPV

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