«Si repatrian a mi hijo, se suicidará»

TANGER. Bilal, a sus 17 años, es un adolescente de ida y vuelta, con el coraje marroquí y la esperanza española. Desde un centro de acogida de Burgos se sabe objetivo del nuevo memorando firmado entre Madrid y Rabat, que pende cual espada de Damocles sobre su cabeza. Khadiya, la madre, tiene absolutamente claro que la vida de Bilal no está en Tánger el olor de las lonjas de Algeciras y Tarifa, eternas puertas del sueño europeo, ése que una vez tras otra busca Bilal Buframi.
Kahdiya Kasimi, madre de este aventurero a la fuerza, espera las últimas noticias suyas desde su casa de Bershifa, porque ya se enteró por la televisión y por su propio hijo de la firma del acuerdo bilateral entre España y Marruecos para repatriar a los menores de edad. «Le he dicho que se escape del centro, que se busque la vida fuera de allí», dice la mujer, con 38 años y ocho hijos. «Me ha contestado que si lo vuelven a repatriar se suicida».
El joven ha cruzado ya varias veces el Estrecho, la última sólo tres días después de ser repatriado desde Algeciras en compañía de su hermano de doce años, junto al que se escondió en los bajos de un autobús de turistas que estaba aparcado en el hotel Soulazor. Bilal y su hermano menor accedieron a los ejes del autobús tras despedirse de su madre. Junto a ellos iba otro niño que había encontrado «billete» antes que ellos y que no pudo contener las ganas de hacer pis justo cuando las luces del paraíso les deslumbraban los ojos. El charco del chaval al orinarse no fue confundido con aceite por los aduaneros españoles, que pusieron fin a un nuevo sueño recién emprendido.
Polizón de autobús
Khadiya cuenta entre risas cómo su hijo se ha convertido en todo un experto en el arte de acomodarse bajo los autobuses. «Ha pintado una tabla de negro sobre la que se sitúa a la altura de las últimas ruedas para que ni los guardias civiles ni los gendarmes lo vean cuando se agachen».No hay reprimendas, ni malas caras, sólo el deseo de toda la familia de que el chaval encuentre cuanto antes la noche apropiada para bajar al puerto en busca de camión o se esconda en un autobús aparcado a las puertas de otro hotel.
«Que Dios le ayude», exclama la madre mientras acaricia a sus dos hijas más pequeñas. «Estoy muy feliz con él allí, pido a Dios que consiga los papeles y pueda trabajar para todos nosotros». Cada vez que intentan escapar de Marruecos ni Bilal ni sus hermanos dejan atrás estudios o trabajo, ni luz ni agua en casa y sí una situación explosiva con un padre en paro y una casa llena de gente en la que la principal fuente de ingresos es una de las hermanas. Por casa deambulan varias pequeñas que ni siquiera están matriculadas en el colegio «porque no hay dinero para libros», según Khadiya.
Bilal intenta ahora desde la Residencia «Gregorio Santiago» de Burgos apurar las últimas posibilidades para regularizar su situación en España. Pero el joven Buframi sólo se quedará si consigue los ansiados papeles que echen el freno a la amenaza del nuevo memorando, que prevé repatriar a los menores aunque estén bajo tutela por desamparo. La madre, que muestra un sobre remitido por su hijo desde ese centro para que le manden la partida de nacimiento, comenta el lujo que supone tener ropa limpia, comida «y hasta poder ducharse dos veces al día».
Aunque lejos del entorno familiar, Bilal es el espejo en el que se miran su hermanos varones, de 22 y 12 años. Muchas noches, a pesar de las frecuentes palizas que reciben de los policías que vigilan el puerto, dejan su casa de Bershifa para intentar dar el salto al otro lado del Estrecho. «Lo intentarán hasta que lo consigan», comenta la madre sin miedo a perderlos en la travesía hacia la orilla de la esperanza.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete